El mundo de Fintex se había caracterizado
por contener una de las civilizaciones más avanzadas de la Bigalaxia, en la que
la utopía de la anarquía había sido el resultado de muchos milenios a prueba en
la conducta de las masas, con fallidos sistemas sociales en los que los excesos
de unos pocos individuos sobre la gran mayoría habían sido invalidados por el
punto sólido de rebeldía que existía en los espíritus fintexianos, espíritus
que compartían la abierta complicidad de la desarrollada mente común de la
colectividad.


Pero la aberración se hizo insoportable en
el momento en que empezaron a aparecer individuos que, por azar genético,
sufrían otra nueva mutación dentro de la mutación generalizada: Acumulaban
tanto voltaje psíquico que morían, al no poder verterse en mentes vírgenes, que
ya no existían.
El porcentaje empezó a hacerse preocupante
cuando esta mortandad pesó en los índices demográficos. Ya no era un problema
de pocos. Y aunque la gran mayoría se estabilizaba, la sospecha de un futuro
incierto para la perennidad de la especie hizo buscar una salida que no
argumentara ningún incumplimiento de las Leyes Generales de la Bigalaxia,
representadas en el llamado Proyecto de Situación Nadiner, engendro de Pax
Universal, al que se habían sumado hacía algún tiempo, cuando Fintex aún no
había caído en la vorágine hipermental.
Y
aquel compromiso de especie dictó que los que sospecharan de su anormalidad
decidieran, en común, emigrar hacia algún mundo en el que fueran bien recibidos
y en el que la convivencia con los nativos no invalidara el contenido del
Nadiner. No importaba el destino, sabiendo que cualquier planeta del Sector podría
hospedarles y beneficiarse con el nuevo aporte psíquico.
Curass, el planeta vecino, fue el elegido. Y
algún día, decían los fintexianos, agradecería tal distinción.