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viernes, 25 de julio de 2014

El pinchazo

   Se pinchó, con un alfiler, la yema del dedo índice de la mano derecha y la sangre no paraba de fluir. Por mucho que se metiera el dedo en la boca y lo pellizcara con los dientes, y libara el líquido rojo hasta empalidecer la zona del puntito, la pequeña hemorragia no remitía.

   Pero esto no le preocupaba, pues sabía que por esa nimiedad no iba a desangrarse. Lo que de verdad le preocupaba era que la chica más hermosa del mundo estaba a punto de aparecer y que no iba a poder controlar las posibles manchas en su vestido, cuando la abrazara, allí, en medio del silencio de la biblioteca, en alguno de sus pasillos menos visitados, antes de darle una rosa y el papel con la declaración de amor, escrita con su sangre enamorada.



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