Creo que mi tío me odia porque me salgo de sus
esquemas. La inquebrantable mecanicidad de los actos humanos le permitió, en su
más remota juventud, hacerle creador y partícipe de una curiosa hipótesis que él
pretendía transformar en teoría a costa de acumular casos que respaldaran su
poco original filosofía. En todo veía la huella de la matemática más pura y
aseguraba que todo ser humano tenía guardado, en su cavidad craneal, el ordenador
más potente, cuya perfección jamás sería superada por ningún engendro
artificial, porque era imposible que la creación superara a su creador, y que, como tal, tenía programados, desde hace eones, una infinita cadena de
correspondencias de acciones-reacciones que le llevaba a comportarse estrictamente
de una manera y no de otra y, como en el juego del ajedrez, cada destello
neuronal se asociaba con una acción concreta en un infinito campo de
multiniveles. Y siempre ha sido tarea de mi tío localizar y estudiar dichas
correspondencias regladas por la inquebrantable ley de la causalidad. Es por
todo ello, y más, que mi tío me odia, porque ve imposible que, justamente en su familia, aparezca la excepción que desbarata su infalible visión de la vida.
(Dedicado a uno de mis tíos. Él sabrá que es a él cuando lo lea... si lo lee)
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