Él, el Amo, envidiaba las posesiones del que menos tenía.
Y a mí, otro más de sus siervos, me explotaba con saña.
Y la gran arcada me sobrevino. Y me acució a actuar.
Pero, antes, pregunté, para intentar perdonar:
-¿A cuántos kilos de humanidad está dispuesto a
fagocitar?
Y él, el amo, volvió a burlarse:
-¡Edmundo! ¡Es el mundo tremebundo sin igual!
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