Me costaba respirar.
Me costaba asumir la inhalación del aire enfermo.
Me costaba asumir que ésta sería la última vez que
tendría la oportunidad de terminar mi obra.
Demasiados muertos en el mundo.
Demasiados intereses ocultos para que siguiera habiendo
demasiados muertos en el mundo.
Pero la advertencia íntima llegaba y mi intuición
trabajaría para lograr el objetivo.
No habría solución más extrema que la aniquilación de los
que ostentaban el poder.
No cejaría en el empeño de verlos a todos muertos: La
Élite terminaría fagocitándose a sí misma.
Y respiraría el mundo. El mío. El de todos. Y los
Derechos serían Hechos.
Porque todos serían iguales. Menos yo.
Porque cargaría sobre mi conciencia la exterminación de
la ralea inverosímil.
Y pensando, en un nanosegundo, en todo ello, me costaba
respirar.
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