Vuelvo a emocionarme pensando en ella.
Porque es lo único que puedo hacer: Pensar.
Porque, aunque noto, no sé cómo, que está a mi lado, no
puedo verla, ni tocarla, ni escucharla, ni siquiera olerla.
Y pienso en ella, continuamente, para olvidarme de mi
castigo eterno.
Provocado por mí mismo y mi falta de coraje.
Y pienso en ella, sin imaginar nada, solo recordando cómo
era antes que yo dejara de ser.
Y en esta especie de limbo en el que me encuentro, ella y
nada más, me hace olvidar el dolor continuo.
El de la pérdida de mi vida, de mi propia vida,
desmerecida por mis actos egoístas.
Y me martirizo enfrentándome a mis propios miedos, a mis
propios ojos que me miran con sorna e ira al mismo tiempo.
Y pensando en ella ahora me pregunto, muy íntimamente,
por qué no pensé en ella antes.
Cuando la tenía a mi lado y la podía ver, tocar,
escuchar, oler, y hasta saborear.
Cuando desoí sus advertencias sobre la espiral
autodestructiva en la que estaba cayendo, resbalando tan precipitadamente.
Y preguntándome esto y más, me odio.
Y odio el amor que tuve por aquella vida artificial, que
me ha llevado a esta vida en penumbra.
Y no entiendo por qué, pudiendo haber tenido plenitud con
ella y con todos los que me amaban, preferí la destrucción.
Preferí el polvo blanco que ahora es negro.
Negro. Negro. Negro y profundo.
Sin fondo.
Sin salida.
Seguiré pensando. Es lo único que tengo.
En ella.
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