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lunes, 4 de agosto de 2014

jueves, 31 de julio de 2014

Sin retorno



La despidió con el pañuelo a través de la ventanilla, tal como lo había visto hacer en mil y una películas cursis. Hasta que dejó de verla. Hasta que la velocidad le obligó a subir la hoja de cristal. Solo, ensimismado, decidió que, como le esperaba un viaje muy largo, mejor se pasaba durmiendo la mayor parte del mismo. Hasta que le despertara el revisor u otro pasajero que quisiera compartir el habitáculo.

No había traqueteo ni sonidos ni humos. Todo muy tranquilo. Perfecto para soñar y dejarse llevar al próximo destino. Porque sabía de qué estación había salido pero no a cuál iba a llegar. La única pista que le habían dado, antes de partir, fue que cuando estuviera a punto de llegar, atravesaría un túnel, y que al final de ese túnel habría una luz tan intensa que, aunque estuviera disfrutando el más profundo de los sueños, se despertaría maravillado y sobrecogido por una paz inmensa.






martes, 18 de febrero de 2014

Quejándome



La artritis. La artrosis. Me lío siempre con los nombres y los conceptos. Sólo sé que me duelen los dedos de las manos con este frío. Y que se deforman y dejan de ser rectos. Y mis dibujos se sienten defraudados por mi poca fuerza de voluntad para controlar las punzadas de dolor. Y mis trazos, a veces, también salen deformados. Y la visualización que tengo en mi mente de ellos se siente corrompida. Y el arrugar el papel, apretándolo hasta formar una pelota infame, para tirarla fuera de la papelera, también me duele. Todo tan lento. Me siento inútil. A veces pienso que me podría dedicar a escribir porque con los teclados modernos no necesitaría tener mis manos al cien por cien. Pero soy dibujante, no escritor. Así que tendré que aprender a utilizar el dolor en mi beneficio. No voy a seguir quejándome, narices. Para algo algunos de mis lectores creen que soy un chaval en este mundillo de los cómics. Y he sido muchos chavales con suerte por los muchos nombres renovados, continuamente, cada ciertos años. Durante tantos que ya he perdido la cuenta, aunque el primer esbozo que se quedó plasmado en la roca de mi primera cueva, me devuelve la sonrisa y la esperanza de seguir adelante, hasta que algo o alguien me mate y acabe con mi infinita creatividad, con mi infinita vida. Mientras, seguiré llenando libros, y tebeos y paredes y museos, y algún día de estos, cuando domine la técnica, también hologramas. No debería ser tan quejica. El calorcillo de la primavera está a la vuelta de la esquina. Me consolaré con ello.