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jueves, 26 de junio de 2014
Triple hoja
Mientras se afeitaba, con su única maquinilla triple hoja, se preguntaba para qué lo hacía, si ya era el último habitante del planeta.
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jueves, 19 de junio de 2014
Sin sonidos
En la nave todo era silencio. Fuera de la nave todo era silencio. Dedujo pues que atravesaba la zona de silencio.Y gritó de la emoción.
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sábado, 31 de mayo de 2014
Confidencias
Si vienes, descubrirás un mundo que creías
que ya no existía.
Estamos entre montañas, en un paraíso
inencontrable en los mapas, porque así lo hemos querido quienes lo habitamos.
Si vienes, debes jurar, sobre la Biblia, que no lo darás a conocer a nadie. Si
incumplieses tu palabra…
Ten en cuenta que podría estar diciéndote
maravillas desde ahora hasta el amanecer de mañana y, aun así, no tendría
bastante tiempo para relatártelas todas. ¡Es tanto lo que ganarías con el
cambio de vida! Si vienes, te quedas a vivir, te lo aseguro.
Recuerda que has sido tú el que me has
preguntado mi edad nada más verme, porque mi aspecto te ha delatado algo
especial que no ves en nadie en esta tienda, así que te ruego que tengas la
valentía de afrontar el reto que supone hacer caso de las señales que estoy
lanzando involuntariamente a tu entendimiento.
Te contaré, entonces, algo de los doscientos
treinta y tres que somos. Pocos, lo sé.
Como que Antonio, el leñador, trabaja para
la comunidad cortando los árboles que, con su infinita paciencia y sabiduría,
descubra como enfermos y que, pidiéndoles permiso e implorándoles perdón, den
su visto bueno para ser sacrificados. Después los transporta, en su humilde
camioneta, hasta Juan el serrador, quien los convierte en tablas para edificar nuestras
casas. Debo decirte que tanto Antonio como Juan pertenecen a estirpes de
oficios que se remontan a cientos, o quizá miles de años, y que las viviendas
levantadas, desde entonces, siguen en pie, sin verse podridas sus maderas,
salvo algunos escasos remiendos, gracias a la buena mano de nuestros
carpinteros, la familia Estébanez, también de centenaria raigambre.
Que esa
leche que tenéis en la ciudad, que viene en ladrillos de papel duro, y que es
tan impura como vuestro aire, allí no existe. Va en un cántaro de latón de veinticinco
litros, y te la echa Segismundo con su cazo, también de latón, en todos los
potes que quieras. Y podrás hacer mantequilla sana en tu casa, batiendo su nata
a mano, con el tenedor de madera, hasta que te duela el brazo.
Y
beberás esa agua cristalina que sale de los caños de la Raimunda, nuestra
fuente de manantial, tan fría como la mirada de la bodeguera Matilde, que te
calmará la sed cuando el sol del verano te ase los hombros cuando recojas la
cosecha del año.
Allí podrás ver cómo las truchas nadan en
aguas cristalinas, sin espumas ni colores sospechosos. Y al par de espabilados
que las pescan con las manos, como si fueran osos.
No pongas esa cara. Pues claro que tenemos
osos. Y lobos. Pero te aseguro que no molestan. ¿Y sabes por qué? Pues porque
no son molestados. De vez en cuando el Pacheco suelta a posta alguna de las
ovejas que se le haya enfermado, para que los de la manada se la atraganten, y
así dejen tranquilas a las demás. Ni de terneros ni de corderos tenemos bajas
preocupantes. Vive y deja vivir, es lo que he tenido que decir a alguno de los
canes que me enseñaba feroz sus colmillos, mirándolo fijamente hasta que se iba
por donde había venido con el rabo entre las patas y la cabeza gacha.
Y si no vuelves a tu civilización,
disfrutarás de las incomodidades propias de la supervivencia: Tendrás que
levantarte todos los días antes del amanecer y dirigirte, con los zuecos de
madera, a tus surcos y echar tus semillas, y tener la voluntad de ver crecer tus
plantas, con sus frutos, que te darán para comer y para trocar con los demás. Ya
te diría de quién no fiarte, pero te adelanto que Indalecio, el zapatero, es un
truhán que siempre intentará engañarte con sus tomates, con la monserga de que
se pudrirán antes que tus patatas. Pero son buena gente. Te ayudarán hasta que
te puedas valer por ti mismo. Hasta que consigas autoabastecerte.
Nunca te sentirás solo. Eso lo puedes tener
claro.
Aunque si llegaras a querer enamorarte de
alguna de las buenas mozas del lugar, te recomiendo acercarte a la orilla de
nuestro río, a un kilómetro de la plaza principal, y única del pueblo, porque
allí estarán arrodilladas, supliendo a sus madres en el trabajo de lavanderas,
dejándose los nudillos en las olas de la tabla de lavar mientras frotan y
refrotan las prendas de la casa después de embadurnarlas con ceniza y arena, y
las verás sonrojadas por el esfuerzo y por los chismorreos sobre los mozos que
aún quedan solteros. No visten ropas de princesa, pero sus cabezas relucen por
su inocencia y sus corazones por su ternura. No hay ninguna mujer que no haya
hecho feliz al hombre que se precie de ser hombre.
Y todos ellos, honrados trabajadores de la
tierra y el río. Como lo serás tú si te ilusionas con la perspectiva de que te
duelan los costales cada noche y que a la mañana siguiente veas que las llagas
que te sangran en las manos estarán dando su fruto en la madre tierra.
A la matanza semanal se dedica Bartolomé,
con los buenos cuchillos que le proporciono yo, traídos de otros pueblos, y la
buena mano que tiene Alberto para afilárselos, y las viandas del puerco son
repartidas a los que necesitan tener más fuerzas para la jornada, o a los pocos
niños que hay, para que crezcan fuertes y poco flojos.
Sí, los muy traviesos tienen escuela, ahora
regentada por el maestro Pablo, que vino hace sesenta años para establecerse.
Seguro porque alguien le estuvo contando como te estoy hablando ahora yo a ti.
Los libros siempre son los mismos y ya han
pasado por muchas manos, pero siguen pudiéndose leer y enseñando. A veces
tanto, que algún zagal quiere conocer más, por su natural curiosidad, y nos
abandona cuando tiene resistencia y entendimiento.
¿Los inviernos? No son tan fríos como
quisiéramos. Tampoco son demasiado calurosos los veranos, ahora que lo pienso
detenidamente. Es verdad que, como te dije, el sol pega de justicia en agosto,
pero tampoco creas que nos falta el aire o que andamos todo el día encharcados
en sudor. Nada de eso. Y los inviernos lo mismo. Le da rabia a la chiquillada
ver las montañas a lo lejos blancas como la nata y se quejan de que no han
tocado nunca la nieve. No saben, porque nunca se lo decimos, que llegará un
momento de su vida en que sí la tocaran, porque cuando tienen fuerza y
entendimiento, si deciden no marchar, los llevamos hasta las cumbres en alguna
de las vacaciones permitidas por el maestro Pablo. ¡Y cómo disfrutan! Pero
vuelven con el juramento de que no lo contarán a los más pequeños para guardar
la sorpresa y descubrir sus sonrisas al notar el frío en sus naricillas.
No creas, estamos casi todo el día laborando
la tierra y las aguas pero también nos explayamos en reuniones fraternas que no
tengan que ver sólo con la matanza del cerdo. Y es en
ellas donde también se
respira el aroma
del amor y de la amistad. Somos sinceros y no nos escondemos
nada. ¿Para qué? Si al final todo se sabrá. En un lugar tan arropado, el aire
circula puro, en un ciclo infinito, por nuestros pulmones.
Vale. Puedes decirme algo en contra de lo
que te estoy relatando. Seguro que sí. Pero para nosotros será una virtud. Te
lo aseguro. No atesoramos muchos bienes materiales. Vivimos con lo justo y me
traigo algunas cosas para vender en esta ciudad y así poder llevarme otras que
necesitamos para trabajar. Porque el trabajo nos da salud. Y con la salud damos
amor a los demás. De eso tenemos mucho. A pocos escucharás quejándose de alguna
dolencia. Y si la tienen es por algún percance puntual que curamos rápidamente
con las hierbas de Serene. ¡Qué mujer más fabulosa! Y sus hijas, que siguen sus
pasos, qué mágicas son con sus mezclas y emplastes.
¿Cómo no voy a conocer a todos por su
nombre?
Por su nombre y por sus defectos y por sus bondades,
y por sus secretos, si los tuvieran.
No, no soy cura. No lo tenemos ni falta que
nos hace. Ya tuvimos una mala experiencia con uno que llegó para convertirnos,
pues decía que éramos paganos y que iríamos al infierno si no nos arrepentíamos
de nuestros pecados. Pero acabó yéndose porque nadie iba a verle para contarle
esas supuestas faltas del alma. ¿Y quieres saber por qué? Pues porque no
tenemos pensamientos ni raros ni impuros ni realizamos actos de los que
tengamos que arrepentirnos, pues todo lo pensamos bien antes de hacerlo.
Además, nos conocemos desde hace tantísimos años que casi sabemos más de los
demás que de nosotros mismos.
Me preguntaste mi edad y no voy a decírtela,
porque creerías que te intento embaucar para atraerte por algún interés oculto.
Ya la sabrás si vienes.
No creas. No voy por ahí contándolo al
primero que me cruzo en el camino.
Ya he recorrido ese camino tantas veces que
puedo ir y volver con los ojos cerrados, pero me ha asombrado tu curiosidad tan
sana. Sé que le caerías bien a Matilde,
porque en su corpachón se esconde un corazón enorme, aun siendo tan solterona
como es. Si no fuera una mujer tan fría, tendría a todos los merecedores a sus
pies. Pero bueno, esa es otra historia.
¡Vaya! Paréceme que ya toca que me atiendan.
Piénsalo. Hasta dentro de unas cuantas semanas
no volveré a pasar y habrás perdido una oportunidad preciosa. Ahora no me iré
hasta que haya conseguido todos los encargos de esta lista, porque la de
nuestro pueblo no es como esta tienda, pues en la nuestra no se vende nada,
sino que se presentan ante los demás lo que hemos recolectado, o pescado o
matado el día o la semana anterior, llevándonos a cambio lo que nos interesa de
lo que presentan los otros. Pero los útiles no podemos fabricarlos, aunque
Alberto el afilador, que es muy manitas, nos arregla lo que el tiempo estropea
o lo que estropeamos nosotros por nuestro desconocimiento.
Y siempre vuelvo, te lo aseguro, porque es
necesario que lo haga, aunque no lo decidimos con fecha pensada de antemano.
Así que no sé cuánto tendrás que esperar para volver a ver mis barbas. Ni
siquiera sé si seré yo, después de tantos años, el que venga. Porque a veces me
da un pequeño dolor en la rodilla izquierda y cuando conduzco se me agrava.
Espero que no vaya a más porque me temo que llegará el momento en que las
chicas no puedan aliviarme con sus ungüentos.
Puede que te dé por repetir mi historia, a
tu manera, a tus conocidos. Da igual. Aunque lo intenten por todos los medios
que tenéis ahora en vuestro mundo tan moderno, jamás lograrían encontrar el
sitio del que te he estado hablando. Y quizás te tomen por loco.
Sé, mi querido amigo, que estás solo. Que no
pierdes nada si lo dejas todo.
No, aún no te voy a decir cómo y por qué lo
sé. Pero sientes que tengo razón y eso es lo que importa.
Volverás a ver el azul del cielo, el verde
de las plantas, y el rojo de la sangre de tus heridas, como quiso el Creador que los vieras, porque
mi mundo, ese que algunos llaman rural o rústico, tiene sus colores tan
purificados como la primera vez que la luz del sol iluminó este planeta.
Si quieres te vienes conmigo en ese furgón
que ves ahí.
Perdona un momento. Creo que deberíamos
entrar. Ya han atendido a las dos personas que estaban delante de mí y creo que
me toca. Pasa, pasa tú primero. Pero recuerda, chitón ahí dentro.
-¡Sí, amigo! ¿Ya es mi turno? ¡Le digo
ahora… !
domingo, 11 de mayo de 2014
Sinceramente, tuyo
Me
olvidé decir que a menudo me cuesta olvidar que digo. Sobre todo incoherencias
que te sulfuran. Con mi verborrea incontrolada con la que ¡digo tanto de nada!
Por
ello te pido perdón. Y te ofrezco mi promesa de escucharte más y de madurar tus
silencios sin intentar avasallarlos con mi vehemencia.
Te
respeto. Te quiero.
Y
ahora te dejo, para que no me olvides.
(Texto
presentado, y seleccionado, en el I Concurso de Cartas Breves “Me olvidé de
decir”, año 2014, convocado por Letras con Arte.)
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sábado, 3 de mayo de 2014
La declaración
No era muy dado
a hablar en público. Ni siquiera tenía presencia para hacerlo. Ni nunca tuvo
tema lo suficientemente atractivo para embaucar a los posibles oyentes.
No comprendía,
entonces, por qué le habían escogido a él para transmitir ese mensaje que ni
siquiera él comprendía.
Tan humilde y
tan apocado. Tan poca cosa.
Se acercó a
aquella reunión en el comedor social para abrigarse de la soledad que le
esquilmaba en la miseria de la calle. Ese peregrinar rutinario para no sentirse
olvidado por el resto de la especie humana. Y de paso, comer caliente. Y aquel
hombre robusto, que ya había visto antes, mirándole siempre de reojo, mientras
hablaba con las monjas que regían todo con disciplina férrea.
Y sin haberle
dirigido palabra alguna antes, le tomó por el hombro y clavó su mirada de
vidrioso azul para espetarle.
-Sé que eres el
elegido. Y ha llegado tu momento. Ha llegado la hora de hacerles saber a los
otros que has venido a redimirles.
En tres
ocasiones se repitió la misma escena. En diferentes enclaves. Y siempre
rodeados del barullo de los otros miserables.
Y en ninguna de
ellas contestó. Pensó que aquel loco se olvidaría de él. Que alguna paranoia
extraña le hacía tener aquella fijación. Y que tan pronto como pasó de la
ignorancia a la manía persecutoria, volvería a no reconocerle entre la
multitud.
Pero se
equivocó. Ahora estaba allí. Ante otra
multitud. Con un micrófono en la mano. Engalanado con un traje de etiqueta. Bien
rasurado, peinado y perfumado. Irreconocible para él mismo.
Y cien mil ojos
mirándole. En silencio. Bajo un cielo más azul que nunca. Aguantando la
respiración. Hambrientos de conocimiento.
Y otros cientos
de ojos artificiales enfocando sus iris al simpar. Tantos como países tenía el
mundo. Esperando la declaración.
Miró por última
vez hacia atrás, hacia el fondo del escenario, para asegurarse de que allí
estaba ojosazules, incitándole con la mirada y con la mano nerviosa para que
hablara.
Tímido, humilde,
pero sobre todo, sincero.
-Yo… soy… Dios.
(Relato presentado al V Concurso de Relatos Breves de
Diari de Terrassa, con seudónimo “Virgilio Taciturno”)
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sábado, 12 de abril de 2014
Una idea para hacerse viral en WhatsApp e Internet para que te lean
Dando vueltas a ideas locas para ser leído. Concursando y publicando, pero necesitando ser más leído, aprovechando los nuevos medios de comunicación basados en nuevas aplicaciones para ordenadores, tabletas y teléfonos inteligentes, se me ocurrió, basándome en la recepción de vídeos y otros contenidos virales, hacer extensible esta virulencia a mis propios escritos, y "whatsappeados" y tuiteados a mis contactos para que estos a su vez los difundieran, he empezado a ser un poco más conocido en el ámbito de los "lectores ocasionales". Obviamente, sólo puedo difundir, a un solo golpe de vista, nanorrelatos y microrrelatos (nano relatos y micro relatos).
¿Qué os parece la idea? ¿Es original? ¿Es practicable durante mucho tiempo? ¿Es otra forma práctica de difusión?
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sábado, 29 de marzo de 2014
La levitación de las palabras
Escribía tan rápido que se olvidaba de posar la punta del
lápiz sobre el papel y la genialidad se esfumaba en el blanco de cada página.
(Título sugerido por la escritora Carme Barba)
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sábado, 22 de febrero de 2014
Simultáneo
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martes, 18 de febrero de 2014
Quejándome
La artritis. La artrosis. Me lío siempre con los nombres y los conceptos. Sólo sé que me duelen los dedos de las manos con este frío. Y que se deforman y dejan de ser rectos. Y mis dibujos se sienten defraudados por mi poca fuerza de voluntad para controlar las punzadas de dolor. Y mis trazos, a veces, también salen deformados. Y la visualización que tengo en mi mente de ellos se siente corrompida. Y el arrugar el papel, apretándolo hasta formar una pelota infame, para tirarla fuera de la papelera, también me duele. Todo tan lento. Me siento inútil. A veces pienso que me podría dedicar a escribir porque con los teclados modernos no necesitaría tener mis manos al cien por cien. Pero soy dibujante, no escritor. Así que tendré que aprender a utilizar el dolor en mi beneficio. No voy a seguir quejándome, narices. Para algo algunos de mis lectores creen que soy un chaval en este mundillo de los cómics. Y he sido muchos chavales con suerte por los muchos nombres renovados, continuamente, cada ciertos años. Durante tantos que ya he perdido la cuenta, aunque el primer esbozo que se quedó plasmado en la roca de mi primera cueva, me devuelve la sonrisa y la esperanza de seguir adelante, hasta que algo o alguien me mate y acabe con mi infinita creatividad, con mi infinita vida. Mientras, seguiré llenando libros, y tebeos y paredes y museos, y algún día de estos, cuando domine la técnica, también hologramas. No debería ser tan quejica. El calorcillo de la primavera está a la vuelta de la esquina. Me consolaré con ello.
domingo, 2 de febrero de 2014
Embalse
No me muevo del terrible margen de la pasividad.
Dejándome hacer y que otros hagan por mí. Con ninguna esperanza, sentando las
bases para una tentación de la omnipresencia, y de la vil omnipotencia, que
todo contamina, corrompe y disgrega. Inapetente de otros sabores y olores que
no sean los propios de un mundo inodoro e insípido. Y con mi infinita
impaciencia para que todo cambie. Para que mi memoria se rebase y arrastre la
inmundicia de la vida inmerecida, embalsada y embalsamada con el tiempo desmerecedor
de nuevos futuros.
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domingo, 5 de enero de 2014
Languidez
Escabullirse era fatal. Me hacía sentir impresionable.
Huía de los antros infestos de la ciudad y siempre esperaba la respuesta a mi amor, tanto creativo como sentimental. Los pensares bullían y en la fingida huida hacia la noche, creía que en algún momento podría aparecer la persona adecuada, o que en el vacío que existía sobre el taburete pegado al mío vislumbraría la aislada silueta de la inspiración. Era ésta la que al final se dejaba materializar sobre el papel cuando lograba arrastrar mi cuerpo a mi otro tugurio cotidiano, aquel en el que me acomodo ahora para sentirme como en mi casa, porque, aunque lo es, nunca la siento como tal. Nunca como la calurosa y tierna de mi niñez.
La búsqueda estática era insoportable y yo
no hacía nada por cambiar mi situación de ingravidez existencial. Desde que
había optado porque las cosas ocurrieran, que los prójimos deambularan a mi
alrededor como en vídeo imágenes ralentizadas, y que mi beneficio fuera el
retratarlo todo tal como se aparecía, mezclándolo con mis obsesiones
filosóficas particulares, nada avanzaba. Sólo mi mantenimiento económico, que
no era poco, pero que a mí no me llenaba ni me llamaba a la felicidad.
Languidecía sufriendo pasar el segundero. Y
cuando sentenciaba que una palabra se quedaba adherida a mi registro narrativo,
el éxtasis infinitesimal del pequeño éxito era relevado por el ansia obsesiva
de encontrar la próxima, y así otra vez después, y otra, y otra más. Y aquello
empezaba a parecerse a un fracaso, y la frustración era carcoma en mi apurado
espíritu. Pero es hoy cuando no imagino a alguien que haya fracasado en algo en
su vida y siga manteniéndose mental y espiritualmente erguido como si nada
hubiera ocurrido. Es una decepción humillante para el propio ego el transformar
cualquier hecho, cualquier creación, en la nada.
Varias veces he sentido muy cerca el
precipicio pero, gracias a Dios, no he caído.
Ante la sutil evidencia, decidí dejar atrás
aquella subliminal desesperación, un pasar la página a mi libro vital, en la que
la siguiente estrenara otra historia, otra muy distinta historia que, aunque
dentro del mismo volumen, a modo de antología, dispersara mis intereses. Un
vuelco espontáneo en el borrón y cuenta nueva. Y cuando decidí volver en mí
tuve la certeza de que aquella imaginación mía era mal empleada en cosas
estériles. Y me prometí a mí mismo que cuando tuviera medios suficientes,
crearía algo que los demás no tendrían más remedio que admirar. Y fue tan
vehemente ese pensamiento que me asusté con el poder que desataba dentro de mí.
Decidí crear para ser feliz y hacer feliz.
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jueves, 19 de diciembre de 2013
Clímax
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Césped
El césped crecía
incontrolado. Y por mucho que lo cercenara la máquina, se imponía la rebeldía
de la naturaleza, y resurgía impaciente con las puntas de las hojas queriendo
alcanzar el cielo.
Y las botas de
los jugadores se ralentizaban.
Y el presidente
del club se preguntaba a quién se le había ocurrido la brillante idea de
plantar en su campo aquella variedad.
Porque se temía,
con razón, que tampoco en esta temporada pudieran utilizar aquel humilde
estadio de fútbol.
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martes, 17 de diciembre de 2013
Bárbaros perfeccionistas
Las tropas de asalto llegaron a la biblioteca decididos a desembarazarse de los libros más dañinos para el sistema impuesto por el gobierno. Pero no lo harían, como otras veces en el pasado, de una forma arbitraria y sin criterio. Esta vez llevaban consigo a más de un centenar de especialistas que cribarían los ejemplares, leyendo las obras de los autores menos prestigiosos, para que no se convirtieran, con el tiempo, en biblias revolucionarias. En alguno de aquellos millones de ejemplares habría alguno que querría pasar desapercibido a los ojos de los censores. Pero esta vez no se libraría de las llamas purificadoras.
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miércoles, 4 de diciembre de 2013
Cómplices
¿Qué le decían las voces
que murmuraban a sus espaldas,
que festejaban las burlas
que insinuaban las miradas?
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martes, 3 de diciembre de 2013
Próximo prójimo
Próximo
prójimo aproximándose a propósito del pronto planteamiento.
-¡Yo
os declaro: Marido y mujer!
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domingo, 1 de diciembre de 2013
Caronte
Tantos
años de lascivia le llevaron a la deshonra. La familiar, la profesional. Nadie esperaba
que se culpara por ello.
Había
sido extremadamente feliz, y ahora, olvidado por sus amantes, mendigaba cariño
en los asilos de ancianos, donde nadie le reconocía, donde nadie le criticaba,
donde nadie le juzgaba, hasta que, ya cerca de la muerte, en la penumbra de la
pena, se espantó por su aspecto, pues no discernía si era un ángel o un demonio
el que le acompañaría a cruzar el umbral al más allá.
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jueves, 28 de noviembre de 2013
Toda su vida
Le esperó tanto tiempo que creyó que lo había malgastado cuando apareció, en la fiesta, con otra. Pero no era así.
De pronto, cuando la miró a los ojos, se iluminó su interior, el más profundo, el que no deja huecos cerca del corazón, porque se dio cuenta, instantáneamente, que había sido a ella a la que había estado esperando. Toda su vida.
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miércoles, 27 de noviembre de 2013
Hilandedo
Con el diccionario predictivo lograba
escribir mensajes de texto a una velocidad pasmosa, y se había planteado
escribir una novela con los caracteres propios de la brevedad telefónica. Pero
la batería tenía una vida muy limitada y necesitaba ser recargada cada pocas
horas, y el círculo vicioso de la recarga le hacía perder el hilo conductor del
argumento. Aun así, insistía en intentarlo.
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