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domingo, 20 de abril de 2014

Hola, Gabo

Hoy, día 18 de abril, me acabo de enterar, por la radio del coche, que Gabo murió ayer.
   Como no veo la televisión y como tampoco voy a tener acceso a internet durante unos días, comenzando un período de aislamiento involuntario que comenzó justamente ayer, no voy a tener que caer en el recurso inmediato de hacerle mi homenaje particular con algún tuit o reseña en algunas de las páginas web en las que publico. Mejor. Así puedo madurar lo que escriba en mi cuaderno de hojas con cuadrículas.
   La noticia no me ha sorprendido, dada la trayectoria en la salud del escritor, pero sí me ha apenado un poco.
    Siempre digo que nadie muere, porque así siempre lo he creído. Y en esta ocasión no voy a manifestar nada que contradiga esa opinión. Y nunca se muere porque los frutos de una vida siempre quedan con nosotros, y algunos pedacitos de sus personalidades se quedan grabados en nuestro corazón.
   En el caso de Gabriel García Márquez también será así.
   Lo descubrí a mis dieciséis años cuando, en unas vacaciones con mis abuelos paternos, me decidí a leer algo distinto de la ciencia ficción que me había estado alimentando hasta ese momento y, aunque ya había leído algo de él dos años antes, esa lectura, “El Coronel no tiene quien le escriba”, por haber sido obligada en la asignatura de Lengua española y Literatura en el primer curso de BUP, no me había entusiasmado tanto, aunque sí llamó mi atención su final (“Mierda”),  como la que me deleitaría, por placer propio, cuando extraje el volumen de “Cien años de soledad” de una colección encuadernada en símil piel, de esas acompañadas por fascículos semanales.
   Lo original de su elaboración y de su propuesta me embrujó. Más adelante, cuando me enteré del concepto “Realismo Mágico”, me di cuenta, con la perspectiva que da el tiempo, que esa magia había hecho efecto en mi persona.
   La concatenación de hechos posteriores relacionados con mi amor por la Literatura me han hecho ver que debo agradecer a Gabo de por vida, de por vida eterna, como la que él tendrá para mí, que prendiera la chispa de la explosión lectora y, más tarde, creativa, que me han dado, y siguen dando, tantas satisfacciones.

   Es por ello, y mucho más, que Gabriel García Márquez ha creado con su vida muchas vidas, y no solamente las de sus personajes, sino la de sus lectores. Y así, Gabo nunca morirá, porque está naciendo continuamente en todas las partes del mundo, con cada lectura de sus obras, con cada sentencia de su espíritu.


domingo, 5 de enero de 2014

Languidez



   Escabullirse era fatal. Me hacía sentir impresionable.
   Huía de los antros infestos de la ciudad y siempre esperaba la respuesta a mi amor, tanto creativo como sentimental. Los pensares bullían y en la fingida huida hacia la noche, creía que en algún momento podría aparecer la persona adecuada, o que en el vacío que existía sobre el taburete pegado al mío vislumbraría la aislada silueta de la inspiración. Era ésta la que al final se dejaba materializar sobre el papel cuando lograba arrastrar mi cuerpo a mi otro tugurio cotidiano, aquel en el que me acomodo ahora para sentirme como en mi casa, porque, aunque lo es, nunca la siento como tal. Nunca como la calurosa y tierna de mi niñez.
   La búsqueda estática era insoportable y yo no hacía nada por cambiar mi situación de ingravidez existencial. Desde que había optado porque las cosas ocurrieran, que los prójimos deambularan a mi alrededor como en vídeo imágenes ralentizadas, y que mi beneficio fuera el retratarlo todo tal como se aparecía, mezclándolo con mis obsesiones filosóficas particulares, nada avanzaba. Sólo mi mantenimiento económico, que no era poco, pero que a mí no me llenaba ni me llamaba a la felicidad.
   Languidecía sufriendo pasar el segundero. Y cuando sentenciaba que una palabra se quedaba adherida a mi registro narrativo, el éxtasis infinitesimal del pequeño éxito era relevado por el ansia obsesiva de encontrar la próxima, y así otra vez después, y otra, y otra más. Y aquello empezaba a parecerse a un fracaso, y la frustración era carcoma en mi apurado espíritu. Pero es hoy cuando no imagino a alguien que haya fracasado en algo en su vida y siga manteniéndose mental y espiritualmente erguido como si nada hubiera ocurrido. Es una decepción humillante para el propio ego el transformar cualquier hecho, cualquier creación, en la nada.
   Varias veces he sentido muy cerca el precipicio pero, gracias a Dios, no he caído.
   Ante la sutil evidencia, decidí dejar atrás aquella subliminal desesperación, un pasar la página a mi libro vital, en la que la siguiente estrenara otra historia, otra muy distinta historia que, aunque dentro del mismo volumen, a modo de antología, dispersara mis intereses. Un vuelco espontáneo en el borrón y cuenta nueva. Y cuando decidí volver en mí tuve la certeza de que aquella imaginación mía era mal empleada en cosas estériles. Y me prometí a mí mismo que cuando tuviera medios suficientes, crearía algo que los demás no tendrían más remedio que admirar. Y fue tan vehemente ese pensamiento que me asusté con el poder que desataba dentro de mí.

   Decidí crear para ser feliz y hacer feliz.



jueves, 28 de noviembre de 2013

Toda su vida


   Le esperó tanto tiempo que creyó que lo había malgastado cuando apareció, en la fiesta, con otra. Pero no era así. 
   De pronto, cuando la miró a los ojos, se iluminó su interior, el más profundo, el que no deja huecos cerca del corazón, porque se dio cuenta, instantáneamente, que había sido a ella a la que había estado esperando. Toda su vida. 






Clemencia



Matando el tiempo, dejando las millonésimas de segundo para el final. 
Para que no sufra demasiado.



sábado, 23 de noviembre de 2013

Insoportable






Me estalla la cabeza.
El dolor no me deja pensar.
Ya me lo advirtieron:
Leer puede ser una experiencia traumática.




domingo, 17 de noviembre de 2013

Entre tantos



Entretanto, entre tanto tonto, 
me tentó tantear la tensa tinta y escribir, 
y leer, leer mucho, 
para salir de mi tontez.





sábado, 16 de noviembre de 2013

sábado, 7 de septiembre de 2013

Preámbulo de una tragedia cósmica






    El mundo de Fintex se había caracterizado por contener una de las civilizaciones más avanzadas de la Bigalaxia, en la que la utopía de la anarquía había sido el resultado de muchos milenios a prueba en la conducta de las masas, con fallidos sistemas sociales en los que los excesos de unos pocos individuos sobre la gran mayoría habían sido invalidados por el punto sólido de rebeldía que existía en los espíritus fintexianos, espíritus que compartían la abierta complicidad de la desarrollada mente común de la colectividad.
   Algunas mentes privilegiadas habían contrastado que las Historias de otros planetas estaban llenas de individuos que marcaron, en su  momento, las directrices de varias generaciones, pequeños átomos que, con su insistencia, lograron fisionar las moléculas que sustentaban estructuras presumiblemente inquebrantables. Se buscó que la genética creara superfintexianos, y se consiguieron monstruos mentales con capacidades que sobrepasaron todas las expectativas megalómanas de sus creadores: Cerebros con mutaciones aberrantes, provocadas en experimentos ilegales de laboratorios clandestinos en los estados más pujantes en ciensociología.
   Y la incontinencia de su caudal cerebral influyó, de forma paradójica, en la semblanza de la población, porque sus características funcionales invadieron virulentamente los contactos neuronales de todos con los que entraban en contacto. Y como una plaga, benévola plaga, todos fueron trastocados. Y con la descendencia, la enfermedad incrementó sus síntomas hasta hacerse congénita en toda la genealogía venidera.
   Pero la aberración se hizo insoportable en el momento en que empezaron a aparecer individuos que, por azar genético, sufrían otra nueva mutación dentro de la mutación generalizada: Acumulaban tanto voltaje psíquico que morían, al no poder verterse en mentes vírgenes, que ya no existían.
   El porcentaje empezó a hacerse preocupante cuando esta mortandad pesó en los índices demográficos. Ya no era un problema de pocos. Y aunque la gran mayoría se estabilizaba, la sospecha de un futuro incierto para la perennidad de la especie hizo buscar una salida que no argumentara ningún incumplimiento de las Leyes Generales de la Bigalaxia, representadas en el llamado Proyecto de Situación Nadiner, engendro de Pax Universal, al que se habían sumado hacía algún tiempo, cuando Fintex aún no había caído en la vorágine hipermental.
   Y aquel compromiso de especie dictó que los que sospecharan de su anormalidad decidieran, en común, emigrar hacia algún mundo en el que fueran bien recibidos y en el que la convivencia con los nativos no invalidara el contenido del Nadiner. No importaba el destino, sabiendo que cualquier planeta del Sector podría hospedarles y beneficiarse con el nuevo aporte psíquico.
   Curass, el planeta vecino, fue el elegido. Y algún día, decían los fintexianos, agradecería tal distinción.

                                                     

viernes, 16 de agosto de 2013

Lapiceros de grafito, estilográficas y bolígrafos de punta redonda




   Lo había probado todo. Seguía inmerso en ese mar de dudas que te traga una vez y que por sus innumerables remolinos no te deja salir a la superficie. Dicen, que si te dejas llevar por ellos, sin gastar tus fuerzas  para sobrevivir, te arrastran por su sifón, y si tienes paciencia y control suficiente sobre tus reacciones mentales, puedes volver a respirar, porque emerges en otro punto de ese mar, a poca distancia del que te ha engullido. Y eso hice con mi destino: Dejé  que me llevara a donde, desde un principio, tenía mi puerto asignado, sin forzarlo hacia algo que yo anhelara  pero que fuera imposible de ser.
   Y me hice autor. De muchas cosas.
   Autor de mis días sin dejar que otros me manejaran, tanto personas como artificios. Y si necesitaba que mi mente volara, la dejaba hacer, y escribía lo que en eso vuelos, al principio rasantes, veía. Y cuando fui cogiendo altura y decidí estudiar todos los modos que existen de expresar bellamente lo que permites soltar al exterior para que otros, sin influirte, compartan contigo, fui escribiendo en papeles inmaculados. Intenté que el sacrilegio no fuera demasiado irreverente, y que mis palabras fueran el perdón de mi acto: Las hojas fueron páginas, y las páginas llegaron a ser libros.
   Escribía como un poseso, y las drogas artificiales, y los amores insulsos, fueron sustituidos con éxito por este estimulante natural que en todo hombre opera y que es el deseo de crear. Sí, creaba, y me sentía dichoso de empezar a pegarme a mi propia obra.

   Escribía para mí mismo, con la imagen en la cabeza de otros hombres leyendo mis palabras. Pero me decía a mí mismo que aún no era el momento. Que debería seguir gastando bolígrafos y bolígrafos, hasta que dispusiera que podría arriesgarme a sufrir, o disfrutar, las críticas ajenas. Tenía pensado, desde un principio, ofrecer a ojos extraños una parte ínfima de mi obra, lo escogido como lo mejor, porque si con ello triunfaba sobre la indiferencia, me atrevería, en el siguiente paso, a intentar publicar.
    Escribía y escribía y escribía.
   Me tentó el comprarme un ordenador o, en su defecto, una máquina tipográfica. No. Nada de eso. Meterme en gastos sin saber si la inversión iba a ser amortizada, era una locura. Sería mejor esperar. Con lapiceros de grafito y con estilográficas, o bien se me emborronaba lo escrito o bien me exigía una lentitud y preciosismo extremado. El bolígrafo de punta redonda me convenció, porque me daba el tiempo exacto para pensar un concepto o enunciado y plasmarlo inmediatamente antes de que éste fuera falseado por la perspectiva temporal.
   Sí, quizás ya lo había probado todo.

   

miércoles, 14 de agosto de 2013

El escondite de Dios


   En el año 1996 escribo la novela corta EL ESCONDITE DE DIOS, que también recibe buenas críticas de alguna que otra editorial y con la que me presento a algunos concursos literarios de ámbito nacional, a sabiendas del handicap que supone la temática y el estilo, englobados dentro de la minoritaria ciencia ficción. En el 97 me atrevo a concursar en el internacionalmente reconocido Premio UPC de Ciencia Ficción con la misma. Fechas que sólo sirven para marcar una trayectoria que ¡por fin! muestra un camino abierto en el año 1999 con la propuesta de Juan José Aroz para que participe en la selección de la Antología Anual de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción que publica la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF), y lo hago con un único cuento, escrito ex profeso, LO EXTRA DE LO INTRA. Escribo SEMPITERNO, también novela corta, y variación argumental de El escondite de Dios, y participo con ella en el Premio UPC de ese año.

   Con Sempiterno no logro mi objetivo, y no me extraña, porque al cabo del tiempo, en el año 2002, y tras revisarlo y revisarlo, cambiándolo continuamente, sin nunca quedarme contento, asumo una última y definitiva versión, a la que le cambio el título, pasando a llamarse SACRO Y CRASO, y lo publico, junto con otra de mis novelas cortas, Luztragaluz, en la editorial Visionnet con el título genérico (mira tú por dónde) Sempiterno (Dos historias, dos mutaciones, dos claves).

   Pues bien, aunque de esta publicación no llegué a ver nunca ningún beneficio económico, me valió para conseguir el carné de una biblioteca, la Biblioteca Nacional de España (Madrid) donde tuve que entregar, dos ejemplares de Sempiterno para poder conseguir dicha acreditación y poder acceder a sus instalaciones.

   El motivo de conseguir documentarme en la Biblioteca Nacional es que sabía que allí conseguiría consultar libros inalcanzables para el lector medio, pues quería empezar la confección de una historia que se saliera de los patrones estilísticos que había practicado hasta el momento, o sea, que quería escribir una novela que no estuviera clasificada dentro del género de la Ciencia Ficción.

   Después de consultar infinidad de libros y de consultar sobre temática, glosario e historia relacionada con el tema que quería tratar en ese próximo reto literario, y cuando ya tenía escritos algunos trazos, y hasta párrafos enteros, de la historia, descubro que un tal Juan Miguel Aguilera ha publicado (esto ya en el año 2004) una novela titulada Rihla y se me cae el alma (si tuviera) a los pies, por lo que llegó la depresión creativa y la subsiguiente paralización de mi proyecto.

   No voy a decir que Juan Miguel Aguilera plagió mi idea porque no es cierto, ya que no creo que sepa, ni siquiera, que existo, pero la idea argumental se parecía tanto a la que yo había fraguado durante años que, aún hoy, no le veo mucho sentido desarrollar la historia que tenía en mente.

   Pero bueno, van pasando los años y sigo escribiendo, y revisando mis antiguos apuntes, me decido hoy a juntar los destinos de Sacro y Craso y de mi novela no comenzada, pudiendo extraer dos relatos independientes que ahora publico ahora en éste mi blog.

   La novela corta Sacro y Craso es infumable, insoportable, pesada y rimbombante, y aunque no me arrepiento de haberla escrito, sí me arrepiento un poco de que esté publicada, cuando puedo asegurar que es un fruto de mi inmadurez literaria. Pero, aún así, tiene fragmentos que me gustan y que pueden ser utilizados en (quizás) otra novela futura. Uno de esos fragmentos lo he editado y os lo presento hoy bajo el título LA SEGUNDA VENIDA.

   De la novela nunca desarrollada conservo trazos y párrafos trabajados, y uno de ellos os lo presento hoy como relato con el título INFIELES.

   Cuando los leáis, notaréis que tienen un trasfondo religioso, cuando yo no practico ninguna religión. Y me atrae la curiosidad de verlos juntos después de tantos años, cuando en algún momento se tocaron en la senda de los destinos, pero, sobre todo, cuando los géneros, dentro de los que se engloban, son bien distintos.

INFIELES

   Había escuchado rumores sobre los planes exploratorios de los infieles. No daba demasiado crédito a esos afanes. Sabía del retraso en las artes navegadoras y en los incentivos que los grandes de la zona cristiana imbuían en sus súbditos para animarlos a que descubrieran nuevas tierras para ellos: La ambición material. Todos serían ricos, y se alimentaría esa riqueza mutua arrancando tesoros a los salvajes de esas tierras. Sin embargo, él y los que, como él, adoraban el nombre de Alá, buscaban otro tipo de riquezas bien distintas: Las que el raciocinio surtía con el tratamiento del conocimiento, en la vorágine de la sabiduría.


LA SEGUNDA VENIDA

   Samwel Aesequial le cacheteaba y el no volvía en sí. Cuando cayó desmayado, temió el peligro, y cargó el cuerpo a sus espaldas. Hasta que acudiera en su auxilio el androide demandado; entonces, lo transportarían sus incansables brazos. Y fue tendido,  cuando, de pronto, empezó a recuperar las consciencia.
   -Samwel, álzate y ayúdame a incorporarme.
   Así se hizo, y se midieron ambos por el mismo rasero de sus ojos. Ojos límpidos, que fulguraban con un nuevo brillo.
   La candidez especulaba con la humildad y Aesequial no pudo resistirla en aquella intensidad. Volvió a la genuflexión, y, mientras hablaba, no osó retornar a aquellos ojos.
   - Mis androides serán tus apóstoles, con los que resurgirá un nuevo amanecer, para los que se hallan en la oscuridad.
   -¡Samwel! ¿Y si no quiero ser parte de esto?
   Procurando que no se notara su sarcasmo, Samwel Aesequial dejó escapar una risita de complacencia.
   -Te pido que llegues, por Ti mismo, al conocimiento. Quien tuvo yerro una vez, puede tenerlo dos veces, ¡y más! si busca la perfección. ¡Maestro! ¡Sólo por ello resucitaste!
........................................................................

   Y dijeron que volvió El Cristo, tal como se le oyó predecir en el confín de los tiempos.
   Y dijeron que tentó, que rescató, que encamino, que alumbró, que emocionó, que desligó, que alió, que axiomatizó, que cismó, que curó, que escarnió, que perdonó, que perdonó, que perdonó...
   Mas sigue entre nosotros, sirviéndose de los inmortales para atraer a los mortales y darles el edén prometido.

   La Bigalaxia es testigo de lo narrado. La Bigalaxia, corpúsculo en el Universo, simiente del poder.




lunes, 12 de agosto de 2013

Cerebro



    Cerebro no es igual a mente. Estoy convencido. Yo tenía cerebro y casi lo destruyo para alimentar mi mente. Caí en las drogas porque lo natural no me satisfacía en lo más mínimo.
   Si la persona que tenía conmigo me dejaba helado, quizás su paupérrima naturaleza se viera engrandecida con una ayuda de filtros artificiales que actuaran como lentes convergentes. Y el efecto traicionó mis expectativas: El objetivo quedaba a un lado y me dejaba absorber por los caminos secundarios de aquella senda de destrucción.
   Debo agradecer a tu dios, si es que existe, que me retirara a tiempo de aquel callejón sin retorno. Acción y reacción disgregaron los efectos malignos de los estupefacientes ingeridos. Acción directa de desviar toda mi atención e intención en mi eterna búsqueda de la perpetua perfección.
   E hice saltar la alarma. De sonido inexistente y, por su insonoridad, más audible. La locura continua, sin límite, fagocitaba mis neuronas, ya no tenía una perspectiva pura de lo que me rodeaba, ni de las cosas ni de las personas. Emergí en un mar de odio hacia los demás, un odio irracional hacia los recuerdos protegidos en la burbuja de la intocabilidad, hacia mi instrucción del devenir trascendente de las cosas, hacia lo poco que había recaudado de la sabiduría escasa y valiosa, como los hilos de azafrán, de mis prójimos. Sentí que me desgajaba como una naranja ácida y rebelde en su amargura. Y el viento me sopló la memoria.
   Perdí mi propia percepción de mí mismo, y eso era ya demasiado, insultantemente grave.
   Mi cerebro intervino como salvador de lo que contenía, como una madre que protege a sus crías, a sus cachorros por los que luchará hasta la muerte. Mi cerebro, desmembrado, no reconocía a sus propios integrantes; sus neuronas bailaban en la oscuridad, su materia gris se
recalentaba y fundía en una cascada de lava incontrolable. Y acudió a sus reservas de lucidez. Su as en la manga: Me ordenó dormir, dormir hasta nuevo aviso. Desconexión ¡ya! Modo inoperante. El vegetal debía guarecerse de las lluvias demasiado intensas, antes que se transformaran en avasallador granizo.
   Padre, madre, morí una vez, y creo que decidí no volver a hacerlo más hasta que fuera mi auténtica hora, la definitiva.
   El hospital me enseñó a engarzar mis eslabones mentales. Muy, muy len-ta-men-te. Tanta languidez parecía anulación. Hasta que un día, el modus operandi entonó la situación en espera como algo superado. Y reviví. Como esos mesías resucitados en una segunda oportunidad.    
   Y si pierdo esa segunda oportunidad sabré que los pasos deben ser siempre hacia adelante, sin mirar atrás, sin dejar huellas en una vida a mis espaldas. Siempre hacia adelante.
   ¡Mesías malcarados!

   
                                        

La palabra perfecta

   Recuerdo aquel personaje de aquella novela en que el sufrimiento por no encontrar la palabra perfecta para comenzar una historia escrita le llevaba a la desesperación. Lo recuerdo porque, a veces, le envidio. Como envidio, sanamente, a los que pintan, a los que componen música, a los que, en definitiva, logran crear belleza.
   Como aquel personaje de aquella novela, sufro a veces por no encontrar la palabra correcta para comenzar una historia escrita. Por la mente desfilan cien mil que no encajan en los sentimientos que desfilan en mi corazón. Y a veces abandono el intento de crear algo por no luchar, por no aceptar sufrir.
   Sé que no soy un buen escritor. Es más, creo que ni siquiera puedo considerarme como tal. Soy un pobre desgraciado que intenta plasmar ideas en un papel antes de que éstas se olviden.
   Tengo tantas ganas de comenzar a escribir algo verdaderamente sincero. Sincero conmigo mismo, sobre todo. Porque si me traiciono a mí mismo, ¿qué soy?
   Algún día lo lograré. Encontrar la palabra perfecta. El sentimiento y pensamientos perfectos ya existen pero transmitirlos ¡es tan difícil!
   Dijo un gran filósofo lo de sólo sé que no sé nada. Yo, además de no saber nada, ni esa ignorancia sé expresarla.
   Pobre de mí que tengo tanto que decir y no sé hacerlo.
   Cuando leo historias escritas por otros, me encuentro conmovido por su facilidad para hacerme sentir vivo, para transformarme en otras personas por algunos instantes, por llevarme a sitios que nunca visité ni visitaré, por transportarme a otros tiempos que siempre quise experimentar. Es maravilloso crear. Lo digo ahora y lo diré siempre.
   Es estupendo encontrar la palabra perfecta. La tengo en la punta de mi pluma. A punto de salir. El rompecabezas de mis sentidos se compromete a forzar la situación.
   La palabra perfecta es…
    ¡Maldita sea! Ha vuelto a escapar.
   Volveré  sentirme inservible. Volveré a sentirme incapaz de hacer ver a los demás que puedo ayudarles.
   Pero, en definitiva, soy lo que soy, y ya escribiendo esto hago un esfuerzo por definirme.
   Sé,  en el fondo de mi ser,  que la única palabra perfecta es… AMOR. No hace falta que ni la escriba. Basta con que la transmita.
   Recuerdo,  entonces, a aquel personaje de aquella novela que también supo, a tiempo, que AMOR era su palabra buscada.
   Y quizás no le envidie tanto.

   

jueves, 18 de julio de 2013

Tu muñeca

   Acomodé todo mi peso en mi glúteo derecho mientras me asomaba por la ventanilla para vomitar parte del almuerzo repugnante de la hamburguesería de carretera. El aire fresco de aquellos instantes era el único atisbo de libertad que me permitía mi acompañante mientras era vigilada férreamente por sus ojos de culo de botella, a la vez que los entornaba para mirar la carretera que tenía delante.
   Me limpié la última salivilla con la manga y su mano derecha tiró del cinturón, donde me tenía agarrada, como apoyando solidariamente el trabajo que ya hacía la cadena con la que estrangulaba mi cintura.
   No hablábamos, pues su chirriante voz ya me había amenazado suficientes veces, y especulaba, de vez en cuando, en voz alta, sobre los kilómetros que faltaban para llegar a nuestro destino.
   Lo que me esperaba allí estaba reservado a su depravada imaginación, pues cuando, dos días y medio antes, me despertó en la cabina del convoy, para amenazarme con no volver a ver más a mi madre, de la que me había separado con argucias de charlatán embaucador antes de apagar su conocimiento y sentido, me relató que nos dirigíamos a un paraíso de quietud, donde él podría obrar a su antojo y yo gritar con incontinencia.
   Desde su primera amenaza, yo no abrí la boca, por lo que me resultaba fascinante que, en su soliloquio, se refiriera a mi voz como propia de un ángel, cuando, creía yo, no había tenido tiempo de escucharla.
   Su interés sexual por mí no se hizo patente hasta que cayó la noche del tercer día de carretera, pues, el muy bellaco, había aprovechado mi extremo cansancio para repostar combustible y para levantarme la falda en la oscuridad de la noche. Sus sucios dedos acariciando el cinturón de mi vestido y posándose en mi piel tersa y seca.
   El hambre me despertaba de sus excursiones táctiles, pues el estómago se quejaba, y él, miope imberbe, me partía, contra la guantera, unas cuantas nueces, que yo tragaba presurosa ante su jolgorio insultante.
   Me aguantaba las ganas de orinar todo lo que podía, pues no quería que sus imaginaciones calenturientas se hicieran realidad antes de tiempo, por lo que el remedio era peor que la enfermedad, ya que se me acumulaban todas las indisposiciones posibles y el olor, que a él no parecía importar, era ya nauseabundo.
   Su remedio, ante todo aquello, fue previsible. Por la mañana del cuarto día llegamos a su refugio, y nada más desencadenarme y bajarme a trompicones, embebió en gasoil los asientos y prendió fuego al que nos había llevado hasta allí.
   Mientras mirábamos como ardía la cabina, nos íbamos alejando hacia un pequeño estanque, donde, para mi sorpresa, me obligó a bañarme y, según sus palabras, así librarme de todo el bochorno que debía tener en mi conciencia.
   No adiviné, tras aquellos vidrios verdes y sucios, la expresión de sus ojos al verme desnuda, pero que no se moviera un ápice mientras me contemplaba me dio pistas de su naturaleza.
   Cuando terminé de ensuciar el agua de la orilla, le miré, sólo le miré, y a mi mirada inocente y quejumbrosa, respondió con un tirón salvaje de la cadena, tan inesperado que casi me quebró el espinazo. No le di el gusto de gritar, pero sí de llorar en silencio.
   Desnuda, pasé al lado del calor del incendio, pues el camión no había explotado, imagino que para no atraer oídos lejanos impertinentes. Él andaba, dándome la espalda, unos siete pasos por delante de mí, llegando al porche de la cabaña y empujando suavemente la puerta hacia dentro.
   Me esperó bajo el umbral de la entrada, recorriendo mi cuerpo con la mirada, y alcanzándome, con la mano libre, una toalla gigantesca con la que envolví mis temblores tiritantes.
   Una vez en el recibidor quedé impactada por lo que me anunciaban sus amarillos dientes irregulares como su bienvenida al hogar, a su dulce, a nuestro dulce hogar.
   Han pasado tres años y soy medio feliz junto a él. Me equivoqué en sus pretensiones, pues jamás ha tocado otra piel que no pertenezca a alguna zona inocente de mi cuerpo y jamás me ha forzado a hacer nada que yo no quiera y que no se pueda hacer dentro de los límites de este extraño enclaustramiento, y jamás me ha hecho llorar salvo de soledad, cuando me abandona para buscar alimento o sostén económico para mantener este paraíso privado.
   Me permite escribir esto, y me hace dudar de si me robó a  mi madre, viuda en aquel tiempo, o fue ella la que me dejó ir.
   Cada vez me repele menos pues, aunque no cuida su aspecto, se separa de mí cuando huele a cerveza o a sudor de huerto.
   Tengo ya quince años y sigo siendo virginal y pura, excepto en mis pensamientos, cuando a veces me clama el espíritu de venganza. Pero, pienso, no tengo aún fuerza física para matarle y huir.
   Dejaré que me alimente con sus mimos y sufriré, silenciosa, mi soledad, y saciaré su felicidad, la que fue a buscar aquella mañana de otoño, ya lejana, cuando se acercó al centro comercial para conseguir una muñeca, que ahora agradece, en sus rezos nocturnos, a Dios.
   Yo también agradeceré a Dios el día en que pueda romper en mil pedazos el tarro en que guarda mi lengua en formol, porque, por lo menos, esa parte de mi cuerpo será libre, y aunque no pueda recuperar las palabras que nunca he podido decirle, gritaré mi alegría por el recuerdo que tengo de una vida lejos de estos prados, del estanque maravilloso, de esta casa de ensueño.


domingo, 7 de julio de 2013

Junio: Mi mes de explosión microrrelatora

 


    Estimados lectores: 
  Junio ha sido un mes de explosión creativa para mi faceta de micro y nanocuentista. Publicando mis relatos en www.cortorelatos.com y después, los que tienen más de 100 visitas, en www.mundopalabras.es, de pronto, gracias a Twitter, donde ya tenía experiencia de publicación con mis Tuit-relatos divididos en tuits que son tuit-capítulos, un tuitero denominado Tuit Historias, ha provocado, durante este mes, que el reto continuo se añadiese a mi inquieta mente creadora (loca mente creadora). Con cada día un tema asignado, inspirado por una palabra, en mis ratos libres, no me he detenido ante el obstáculo que suponía el límite de caracteres, para escribir historias supercortas, que después he publicado también en las páginas web anteriormente mencionadas.
   El miedo existente entre los que publican en internet y que no han registrado sus obras oficialmente, se disipa en mi caso porque ¡Me da igual que me plagien!
   De todas formas, si escribo una microficción en 3 ó 4 sitios a la vez es para que quede constancia que yo soy el autor de dicha mini-obra. Y el pastel no queda completo hasta que los publico en mi propio blog.
   Sí, yo soy el autor, para bien o para mal, de estos microcuentos. Y en esta entrada en mi blog os transmitiré todos los micro escritos en junio.
   A ver si, por favor, comentáis. De veras, acepto, con buen criterio, las malas críticas, y las buenas ¡no digamos!
   

AUTOVENGANZA

No me vengaré por celos. No me vengaré por despecho. No me vengaré por sadismo. Me vengaré de ti por justicia divina y porque me odio.

BALLET

Verónica era una bailarina intransigente consigo misma. Seguía las notas del ballet a pies puntillas.

BLADE RUNNER

No me obligues a ver cómo le aplastas el cráneo y vacías sus ojos. ¡Esa sí que es una partida de ajedrez!

CAPITALISTA

Antonio se dio cuenta, tarde, que había estado viviendo para trabajar en vez de trabajar para vivir, pero al banco no le importaba.

COORDENADAS

Hoy vuelvo a ser feliz. Despierto junto a ella. Punto clave en la longitud de mi cerebro, punto álgido en la latitud de mi corazón.

CORRES QUE TE LAS PELAS

Me visto rápido pero concentrado, para no caerme con las perneras, para no golpear mis gafas con las mangas, para no olvidar que dentro de un segundo tu marido podría verme el ombligo.

CURVA

La sensación de frescura, cada mañana, se diluía según avanzaba el día, y Sergio, ya en la noche, hervía en desazón.

DESBARAJUSTE

Había sido rutinario toda su vida: En el trabajo, en el amor, y hasta en la salud. Pero la sorpresa de la muerte le sacó de sus esquemas.
DÍA TRAS DÍA

Día tras día se moría de aburrimiento. Día tras día se aburría de morir.

DOBLE PECADO

El libidinoso había instalado suelos espejados en su mansión rococó, recargada y desafiante para el buen gusto.

EL ARTISTA

Es un artista: Sus movimientos de manos hipnotizan a las masas, mientras su discurso las embauca.

EL CLIENTE

El matemático se acercó y me susurró: El mayor enemigo del ser humano es el aburrimiento.
Acto seguido, me compró un libro.

(Nota exclusiva para este blog: Este microrrelato está basado en un hecho real, ocurrido cuando yo era vendedor en librería de El Corte Inglés del Centro Princesa)

ESCUDRIÑANDO

Todas las noches miraba al cielo en busca de una señal. Dormía después. Y al despertar, esperaba con ansia que llegara la noche.

ESPERABA AL ANTICRISTO

¡Levántate y desanda!

¡EUREKA!

La rutina del científico no hacía avanzar la ciencia. Sólo lo irracional de su vaivén cotidiano le hizo gritar ¡Eureka!

HOMICIDIO INVOLUNTARIO

Cuando le echaban agua encima, le liquidaban.

IMPOTENTE

Senso tenso sexo manso.

LA PIEDAD

Creo que si te disparo, te liberaré del sufrimiento. 
Creo que si te disparo, terminaré con mis remordimientos.
No lo haré. Sufrirás y sufriré.
Ya acabará con mis remordimientos tu madre, cuando me reviente la barriga con sus colmillos.

MÁS QUE NADIE

Leía más que nadie. Escribía más que nadie. Y cuando le preguntaban qué vida era esa, contestaba que vivía más que nadie.

MÁQUINA

Casi me arrolla un energúmeno en cuatro ruedas. Salté diez metros y me resquebrajé una rodilla. Pero no te preocupes. La autosoldadura funciona.

ME VENGUÉ

Me vengué del escritor por haber hablado de mis intimidades en su libro. Me divorcié de él.

OTOÑO

Pacientemente esperaba que las hojas secas, marrones, cayeran por su propio peso, como su juventud.

PLAGIO

Le robó la idea: Ideó robarle.

PLAYBACK

Mala suerte que haya fallado su versión holográfica. Ya no podrá desmentir los rumores que la acusaban de no actuar en directo.

QUIJOTE

Don Quijote acabó estampándose contra las aspas del molino. Era la venganza del viento por haber quebrado la quietud del paisaje.

SÓLO 34

¡Maldita sea! ¡Siempre los mismos nervios por salir a escena... aunque ésta ya la haya repetido 34 veces!

VACÍOS

Farfullaba palabras ininteligibles que ni siquiera él comprendía. Creía que así era más interesante para los que nunca decían nada.