Recuerdo aquel
personaje de aquella novela en que el sufrimiento por no encontrar la palabra
perfecta para comenzar una historia escrita le llevaba a la desesperación. Lo
recuerdo porque, a veces, le envidio. Como envidio, sanamente, a los que pintan,
a los que componen música, a los que, en definitiva, logran crear belleza.
Como aquel personaje
de aquella novela, sufro a veces por no encontrar la palabra correcta para
comenzar una historia escrita. Por la mente desfilan cien mil que no encajan en
los sentimientos que desfilan en mi corazón. Y a veces abandono el intento de
crear algo por no luchar, por no aceptar sufrir.
Sé que no soy un
buen escritor. Es más, creo que ni siquiera puedo considerarme como tal. Soy un
pobre desgraciado que intenta plasmar ideas en un papel antes de que éstas se
olviden.
Tengo tantas ganas
de comenzar a escribir algo verdaderamente sincero. Sincero conmigo mismo,
sobre todo. Porque si me traiciono a mí mismo, ¿qué soy?
Algún día lo lograré.
Encontrar la palabra perfecta. El sentimiento y pensamientos perfectos ya
existen pero transmitirlos ¡es tan difícil!
Dijo un gran
filósofo lo de sólo sé que no sé nada. Yo, además de no saber nada, ni esa
ignorancia sé expresarla.
Pobre de mí que
tengo tanto que decir y no sé hacerlo.
Cuando leo
historias escritas por otros, me encuentro conmovido por su facilidad para
hacerme sentir vivo, para transformarme en otras personas por algunos instantes,
por llevarme a sitios que nunca visité ni visitaré, por transportarme a otros
tiempos que siempre quise experimentar. Es maravilloso crear. Lo digo ahora y
lo diré siempre.
Es estupendo
encontrar la palabra perfecta. La tengo en la punta de mi pluma. A punto de
salir. El rompecabezas de mis sentidos se compromete a forzar la situación.
La palabra perfecta
es…
¡Maldita sea!
Ha vuelto a escapar.
Volveré sentirme inservible. Volveré a sentirme
incapaz de hacer ver a los demás que puedo ayudarles.
Pero, en
definitiva, soy lo que soy, y ya escribiendo esto hago un esfuerzo por
definirme.
Sé, en el fondo de mi ser, que la única palabra perfecta es… AMOR. No
hace falta que ni la escriba. Basta con que la transmita.
Recuerdo, entonces, a aquel personaje de aquella novela
que también supo, a tiempo, que AMOR era su palabra buscada.
Y quizás no le
envidie tanto.
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