Tanto teclear, tanto teclear, se había olvidado de tantear.
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sábado, 3 de enero de 2015
Tanto
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lunes, 22 de septiembre de 2014
Plumasuave
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sábado, 29 de marzo de 2014
La levitación de las palabras
Escribía tan rápido que se olvidaba de posar la punta del
lápiz sobre el papel y la genialidad se esfumaba en el blanco de cada página.
(Título sugerido por la escritora Carme Barba)
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domingo, 5 de enero de 2014
Languidez
Escabullirse era fatal. Me hacía sentir impresionable.
Huía de los antros infestos de la ciudad y siempre esperaba la respuesta a mi amor, tanto creativo como sentimental. Los pensares bullían y en la fingida huida hacia la noche, creía que en algún momento podría aparecer la persona adecuada, o que en el vacío que existía sobre el taburete pegado al mío vislumbraría la aislada silueta de la inspiración. Era ésta la que al final se dejaba materializar sobre el papel cuando lograba arrastrar mi cuerpo a mi otro tugurio cotidiano, aquel en el que me acomodo ahora para sentirme como en mi casa, porque, aunque lo es, nunca la siento como tal. Nunca como la calurosa y tierna de mi niñez.
La búsqueda estática era insoportable y yo
no hacía nada por cambiar mi situación de ingravidez existencial. Desde que
había optado porque las cosas ocurrieran, que los prójimos deambularan a mi
alrededor como en vídeo imágenes ralentizadas, y que mi beneficio fuera el
retratarlo todo tal como se aparecía, mezclándolo con mis obsesiones
filosóficas particulares, nada avanzaba. Sólo mi mantenimiento económico, que
no era poco, pero que a mí no me llenaba ni me llamaba a la felicidad.
Languidecía sufriendo pasar el segundero. Y
cuando sentenciaba que una palabra se quedaba adherida a mi registro narrativo,
el éxtasis infinitesimal del pequeño éxito era relevado por el ansia obsesiva
de encontrar la próxima, y así otra vez después, y otra, y otra más. Y aquello
empezaba a parecerse a un fracaso, y la frustración era carcoma en mi apurado
espíritu. Pero es hoy cuando no imagino a alguien que haya fracasado en algo en
su vida y siga manteniéndose mental y espiritualmente erguido como si nada
hubiera ocurrido. Es una decepción humillante para el propio ego el transformar
cualquier hecho, cualquier creación, en la nada.
Varias veces he sentido muy cerca el
precipicio pero, gracias a Dios, no he caído.
Ante la sutil evidencia, decidí dejar atrás
aquella subliminal desesperación, un pasar la página a mi libro vital, en la que
la siguiente estrenara otra historia, otra muy distinta historia que, aunque
dentro del mismo volumen, a modo de antología, dispersara mis intereses. Un
vuelco espontáneo en el borrón y cuenta nueva. Y cuando decidí volver en mí
tuve la certeza de que aquella imaginación mía era mal empleada en cosas
estériles. Y me prometí a mí mismo que cuando tuviera medios suficientes,
crearía algo que los demás no tendrían más remedio que admirar. Y fue tan
vehemente ese pensamiento que me asusté con el poder que desataba dentro de mí.
Decidí crear para ser feliz y hacer feliz.
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jueves, 28 de noviembre de 2013
Clemencia
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miércoles, 27 de noviembre de 2013
Hilandedo
Con el diccionario predictivo lograba
escribir mensajes de texto a una velocidad pasmosa, y se había planteado
escribir una novela con los caracteres propios de la brevedad telefónica. Pero
la batería tenía una vida muy limitada y necesitaba ser recargada cada pocas
horas, y el círculo vicioso de la recarga le hacía perder el hilo conductor del
argumento. Aun así, insistía en intentarlo.
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lunes, 18 de noviembre de 2013
Pupilas
No es que las
palabras cayeran sobre
el papel en blanco,
es que estaban en él escondidas,
y
la punta de la pluma les abría paso a la luz,
a la existencia de las pupilas.
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sábado, 7 de septiembre de 2013
Preámbulo de una tragedia cósmica
El mundo de Fintex se había caracterizado
por contener una de las civilizaciones más avanzadas de la Bigalaxia, en la que
la utopía de la anarquía había sido el resultado de muchos milenios a prueba en
la conducta de las masas, con fallidos sistemas sociales en los que los excesos
de unos pocos individuos sobre la gran mayoría habían sido invalidados por el
punto sólido de rebeldía que existía en los espíritus fintexianos, espíritus
que compartían la abierta complicidad de la desarrollada mente común de la
colectividad.


Pero la aberración se hizo insoportable en
el momento en que empezaron a aparecer individuos que, por azar genético,
sufrían otra nueva mutación dentro de la mutación generalizada: Acumulaban
tanto voltaje psíquico que morían, al no poder verterse en mentes vírgenes, que
ya no existían.
El porcentaje empezó a hacerse preocupante
cuando esta mortandad pesó en los índices demográficos. Ya no era un problema
de pocos. Y aunque la gran mayoría se estabilizaba, la sospecha de un futuro
incierto para la perennidad de la especie hizo buscar una salida que no
argumentara ningún incumplimiento de las Leyes Generales de la Bigalaxia,
representadas en el llamado Proyecto de Situación Nadiner, engendro de Pax
Universal, al que se habían sumado hacía algún tiempo, cuando Fintex aún no
había caído en la vorágine hipermental.
Y
aquel compromiso de especie dictó que los que sospecharan de su anormalidad
decidieran, en común, emigrar hacia algún mundo en el que fueran bien recibidos
y en el que la convivencia con los nativos no invalidara el contenido del
Nadiner. No importaba el destino, sabiendo que cualquier planeta del Sector podría
hospedarles y beneficiarse con el nuevo aporte psíquico.
Curass, el planeta vecino, fue el elegido. Y
algún día, decían los fintexianos, agradecería tal distinción.
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miércoles, 21 de agosto de 2013
Tengo el placer de presentar a Claudia Patricia Arbeláez Henao
Lo que voy a difundir través de mi blog es la admiración por esta escritora.
Una gran artista que logra, con sus palabras, transmitir el sabor de nuestros recuerdos, el saborear la sangre de nuestros propios corazones, cuando riega la totalidad de nuestras células corporales, antes de que se transforme en luz para albricia de nuestros espíritus.
Y es sólo una muestra. Una muestra que abre el hambre, el literario.
Una gran artista que logra, con sus palabras, transmitir el sabor de nuestros recuerdos, el saborear la sangre de nuestros propios corazones, cuando riega la totalidad de nuestras células corporales, antes de que se transforme en luz para albricia de nuestros espíritus.
Y es sólo una muestra. Una muestra que abre el hambre, el literario.
DE LA INFANCIA Y OTROS SABORES
(Extracto)
Las casas de mi infancia guardan un olor especial. Es difícil recordar cada uno, pero en un intento por revivir mi niñez, llega el hervor de las legumbres expandiéndose por todo el lugar y desde luego el olor de la avena caliente con canela.
Tuve varias casas, la primera era grande, con misteriosos zaguanes y pasadizos, las puertas eran grises y anchas y llevaban candados. Había un cuarto muy pequeño donde se guardaban cosas viejas, olía a trementina, cuero, naftalina y a veces a madera húmeda. Para mi edad, era un cuarto lúgubre por eso de los recuerdos amontonados y las cosas viejas, también un cuarto fantasma.
En el sótano reposaban viejos libros amarillentos y llenos de polvo, redenciones, una escalera y el cajón donde se molían las mazorcas. Era oscuro y aunque prendiéramos la luz, se veía opaco y tenebroso. Después de la puerta quedaba el solar: Pues bien, este era otro cuarto fantasma; allí olía a tiempo y a muerte.
Aún recuerdo un cuarto que nunca se abría, era como si hubiera un tesoro oculto, siempre quise saber qué contenía, sólo los adultos entraban allí, con el paso del tiempo yo lo pude hacer; primero miraba por las hendijas de la puerta pero nunca pude ver nada. Finalmente descubrí unos muebles grandes, tal vez de épocas remotas, un tapete cobijando la fría baldosa y unos cuadros cuyas imágenes no recuerdo, tal vez eran Crísticas como aún suele suceder. Aquel cuarto olía a soledad y a encierro.
La vieja historia cuenta que allí vivió un prócer de la independencia, en la puerta aún se conserva la placa que da fe de su nacimiento, no pretendo ahondar en este pasado desconocido aunque me llena de orgullo saber que aquí sucedió algo realmente importante para la historia de mi pequeña y gran patria y siempre que tengo la oportunidad hablo de esto, de la que fue mi casa cuando ya para otro había sido su cuna y ahora que lo pienso hay muchas razones que explican la magia de sus ventanas, puertas y paredes.
La cocina era maravillosa, de forma rectangular y con una ventanita que daba al solar donde la abuela tenía sus animales y aves de corral y otra cocina con un oscuro fogón de leña, donde después, jugábamos. Esta cocina era negra, poblada por el carbón y el humo, allí reposaba la madera y unos cuantos objetos que utilizaba el abuelo; canecas de leche y platos viejos. Ese lugar, sí que huele a infancia. Allí se reanudaban los sueños amparados por la espera de un futuro, comíamos y jugábamos a ser grandes, mientras la abuela envasaba la leche con un embudo mágico.
En el patio trasero había un tanque donde a veces me bañaba. Desde allí se podían mirar a los otros huertos, otras casas y patios. La escuela también se veía a lo lejos, desde allí me miraba mi mamá en las mañanas hasta verme entrar por la única puerta, aquella por donde entraban los sueños. Todavía conservo una foto, sentada en el escritorio de la maestra posando para la posteridad, para el recuerdo o tal vez, para el olvido.
Bien, digo que fue mi primera casa, pero mi madre me habla de otra, la que ahora juega a tocarse con la que hoy de adulta habito. Tal vez estaba muy pequeña para recordarlo, pero allí pasé las primeras noches, cuando ella en medio de la temible oscuridad esperaba la llegada de mi padre después de un día de arduo trabajo. Después hablaré de ella, todavía tengo la fortuna de visitarla y mirar el patio desde mi ventana.
En la casa del prócer olía a flores frescas, a chocolate caliente, el agua era helada y desde la ventanita se veía el cementerio. Después de tanto tiempo quisiera regresar, sentarme en el patio, encerrarme temprano a dormir y caminar por aquellos corredores que me vieron crecer. Pero ha pasado tanto tiempo, creo que sus paredes ya se olvidaron de mis manos, sin embargo aún la siento como si fuera ayer.
Todavía vive la imagen de los abuelos, la que sólo morirá cuando muera quien me recuerde, quien me conozca sabrá que mis abuelos permanecen en mi memoria siempre, en todo lugar.
El segundo piso de la casa era entablado, la madera relucía y olía a jabón. La abuela se arrodillaba y lavaba. Era como otra casa, la sala permanecía abierta y la cocina era más amplia y en ella grandes baúles donde guardaba las semillas y los granos. Una vez, en ese lugar el abuelo me sentó sobre sus piernas y jugó conmigo a ser un pequeño animalito, ofreciéndome pequeños pellizcos. Hablábamos mucho y creo que a veces dormíamos juntos. Yo estaba con él cuando enfermó por primera vez, cuando ya se asomaba su vejez. En este piso no había cuartos fantasmas.
Aquella casa entonces o ese segundo piso olía a nuevo, no tenía pasadizos, sólo unas escaleras que llevaban al infinito. Unos días arriba y otros abajo, en fin.
(Copyright: Claudia Patricia Arbeláez Henao)
Este extracto forma parte de una obra titulada VECINDARIOS, obra inacabada, según palabras de la propia autora:
Nota de agosto 11 de 2013.
Esta historia nunca llegará a su fin, no por lo menos en este plano.
Sigo escribiendo esperando hasta el día en que mis dedos puedan danzar sobre el papel, todavía llevo mi cuaderno de notas en mi morral para no olvidar lo que quiero atrapar, ya no confío plenamente en mi memoria, no se le puede dar gratuidad a los años, prefiero confiar en el viejo cuaderno.
Agradecimientos a quienes habitan la palabra y se dejan habitar por ella.
Claudia Patricia Arbeláez Henao.
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viernes, 16 de agosto de 2013
Lapiceros de grafito, estilográficas y bolígrafos de punta redonda
Lo había probado todo. Seguía inmerso en ese
mar de dudas que te traga una vez y que por sus innumerables remolinos no te
deja salir a la superficie. Dicen, que si te dejas llevar por ellos, sin gastar
tus fuerzas para sobrevivir, te arrastran
por su sifón, y si tienes paciencia y control suficiente sobre tus reacciones
mentales, puedes volver a respirar, porque emerges en otro punto de ese mar, a
poca distancia del que te ha engullido. Y eso hice con mi destino: Dejé que me llevara a donde, desde un principio, tenía
mi puerto asignado, sin forzarlo hacia algo que yo anhelara pero que fuera imposible de ser.
Y me hice autor. De muchas cosas.
Autor de mis días sin dejar que otros me
manejaran, tanto personas como artificios. Y si necesitaba que mi mente volara,
la dejaba hacer, y escribía lo que en eso vuelos, al principio rasantes, veía.
Y cuando fui cogiendo altura y decidí estudiar todos los modos que existen de expresar
bellamente lo que permites soltar al exterior para que otros, sin influirte,
compartan contigo, fui escribiendo en papeles inmaculados. Intenté que el
sacrilegio no fuera demasiado irreverente, y que mis palabras fueran el perdón
de mi acto: Las hojas fueron páginas, y las páginas llegaron a ser libros.
Escribía como un poseso, y las drogas
artificiales, y los amores insulsos, fueron sustituidos con éxito por este
estimulante natural que en todo hombre opera y que es el deseo de crear. Sí,
creaba, y me sentía dichoso de empezar a pegarme a mi propia obra.

Escribía y escribía y escribía.
Me tentó el comprarme un ordenador o, en su
defecto, una máquina tipográfica. No. Nada de eso. Meterme en gastos sin saber
si la inversión iba a ser amortizada, era una locura. Sería mejor esperar. Con
lapiceros de grafito y con estilográficas, o bien se me emborronaba lo escrito
o bien me exigía una lentitud y preciosismo extremado. El bolígrafo de punta redonda
me convenció, porque me daba el tiempo exacto para pensar un concepto o
enunciado y plasmarlo inmediatamente antes de que éste fuera falseado por la
perspectiva temporal.
Sí, quizás ya lo había probado todo.
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miércoles, 14 de agosto de 2013
El escondite de Dios
En el año 1996 escribo la novela corta EL ESCONDITE DE DIOS, que también recibe buenas críticas de alguna que otra editorial y con la que me presento a algunos concursos literarios de ámbito nacional, a sabiendas del handicap que supone la temática y el estilo, englobados dentro de la minoritaria ciencia ficción. En el 97 me atrevo a concursar en el internacionalmente reconocido Premio UPC de Ciencia Ficción con la misma. Fechas que sólo sirven para marcar una trayectoria que ¡por fin! muestra un camino abierto en el año 1999 con la propuesta de Juan José Aroz para que participe en la selección de la Antología Anual de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción que publica la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF), y lo hago con un único cuento, escrito ex profeso, LO EXTRA DE LO INTRA. Escribo SEMPITERNO, también novela corta, y variación argumental de El escondite de Dios, y participo con ella en el Premio UPC de ese año.
Con Sempiterno no logro mi objetivo, y no me extraña, porque al cabo del tiempo, en el año 2002, y tras revisarlo y revisarlo, cambiándolo continuamente, sin nunca quedarme contento, asumo una última y definitiva versión, a la que le cambio el título, pasando a llamarse SACRO Y CRASO, y lo publico, junto con otra de mis novelas cortas, Luztragaluz, en la editorial Visionnet con el título genérico (mira tú por dónde) Sempiterno (Dos historias, dos mutaciones, dos claves).
Pues bien, aunque de esta publicación no llegué a ver nunca ningún beneficio económico, me valió para conseguir el carné de una biblioteca, la Biblioteca Nacional de España (Madrid) donde tuve que entregar, dos ejemplares de Sempiterno para poder conseguir dicha acreditación y poder acceder a sus instalaciones.
El motivo de conseguir documentarme en la Biblioteca Nacional es que sabía que allí conseguiría consultar libros inalcanzables para el lector medio, pues quería empezar la confección de una historia que se saliera de los patrones estilísticos que había practicado hasta el momento, o sea, que quería escribir una novela que no estuviera clasificada dentro del género de la Ciencia Ficción.
Después de consultar infinidad de libros y de consultar sobre temática, glosario e historia relacionada con el tema que quería tratar en ese próximo reto literario, y cuando ya tenía escritos algunos trazos, y hasta párrafos enteros, de la historia, descubro que un tal Juan Miguel Aguilera ha publicado (esto ya en el año 2004) una novela titulada Rihla y se me cae el alma (si tuviera) a los pies, por lo que llegó la depresión creativa y la subsiguiente paralización de mi proyecto.
No voy a decir que Juan Miguel Aguilera plagió mi idea porque no es cierto, ya que no creo que sepa, ni siquiera, que existo, pero la idea argumental se parecía tanto a la que yo había fraguado durante años que, aún hoy, no le veo mucho sentido desarrollar la historia que tenía en mente.
Pero bueno, van pasando los años y sigo escribiendo, y revisando mis antiguos apuntes, me decido hoy a juntar los destinos de Sacro y Craso y de mi novela no comenzada, pudiendo extraer dos relatos independientes que ahora publico ahora en éste mi blog.
La novela corta Sacro y Craso es infumable, insoportable, pesada y rimbombante, y aunque no me arrepiento de haberla escrito, sí me arrepiento un poco de que esté publicada, cuando puedo asegurar que es un fruto de mi inmadurez literaria. Pero, aún así, tiene fragmentos que me gustan y que pueden ser utilizados en (quizás) otra novela futura. Uno de esos fragmentos lo he editado y os lo presento hoy bajo el título LA SEGUNDA VENIDA.
De la novela nunca desarrollada conservo trazos y párrafos trabajados, y uno de ellos os lo presento hoy como relato con el título INFIELES.
Cuando los leáis, notaréis que tienen un trasfondo religioso, cuando yo no practico ninguna religión. Y me atrae la curiosidad de verlos juntos después de tantos años, cuando en algún momento se tocaron en la senda de los destinos, pero, sobre todo, cuando los géneros, dentro de los que se engloban, son bien distintos.
INFIELES
Había escuchado rumores sobre los planes exploratorios de
los infieles. No daba demasiado crédito a esos afanes. Sabía del retraso en las
artes navegadoras y en los incentivos que los grandes de la zona cristiana
imbuían en sus súbditos para animarlos a que descubrieran nuevas tierras para
ellos: La ambición material. Todos serían ricos, y se alimentaría esa riqueza
mutua arrancando tesoros a los salvajes de esas tierras. Sin embargo, él y los
que, como él, adoraban el nombre de Alá, buscaban otro tipo de riquezas bien
distintas: Las que el raciocinio surtía con el tratamiento del conocimiento, en
la vorágine de la sabiduría.
LA SEGUNDA VENIDA
Samwel
Aesequial le cacheteaba y el no volvía en sí. Cuando cayó desmayado, temió el
peligro, y cargó el cuerpo a sus espaldas. Hasta que acudiera en su auxilio el
androide demandado; entonces, lo transportarían sus incansables brazos. Y fue
tendido, cuando, de pronto, empezó a
recuperar las consciencia.
-Samwel, álzate
y ayúdame a incorporarme.
Así se hizo, y
se midieron ambos por el mismo rasero de sus ojos. Ojos límpidos, que
fulguraban con un nuevo brillo.
La candidez especulaba
con la humildad y Aesequial no pudo resistirla en aquella intensidad. Volvió a
la genuflexión, y, mientras hablaba, no osó retornar a aquellos ojos.
- Mis androides
serán tus apóstoles, con los que resurgirá un nuevo amanecer, para los que se
hallan en la oscuridad.
-¡Samwel! ¿Y si
no quiero ser parte de esto?
Procurando que
no se notara su sarcasmo, Samwel Aesequial dejó escapar una risita de
complacencia.
-Te pido que
llegues, por Ti mismo, al conocimiento. Quien tuvo yerro una vez, puede tenerlo
dos veces, ¡y más! si busca la perfección. ¡Maestro! ¡Sólo por ello resucitaste!
........................................................................
Y dijeron que
volvió El Cristo, tal como se le oyó predecir en el confín de los tiempos.
Y dijeron que
tentó, que rescató, que encamino, que alumbró, que emocionó, que desligó, que
alió, que axiomatizó, que cismó, que curó, que escarnió, que perdonó, que
perdonó, que perdonó...
Mas sigue entre
nosotros, sirviéndose de los inmortales para atraer a los mortales y darles el
edén prometido.
La Bigalaxia es
testigo de lo narrado. La Bigalaxia, corpúsculo en el Universo, simiente del
poder.
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lunes, 12 de agosto de 2013
Cerebro
Cerebro no es igual a mente. Estoy
convencido. Yo tenía cerebro y casi lo destruyo para alimentar mi mente. Caí en las drogas porque lo natural no me satisfacía en lo más mínimo.

Debo agradecer a tu dios, si es que existe,
que me retirara a tiempo de aquel callejón sin retorno. Acción y reacción
disgregaron los efectos malignos de los estupefacientes ingeridos. Acción directa
de desviar toda mi atención e intención en mi eterna búsqueda de la perpetua
perfección.

Perdí mi propia percepción de mí mismo, y
eso era ya demasiado, insultantemente grave.
Mi cerebro intervino como salvador de lo que
contenía, como una madre que protege a sus crías, a sus cachorros por los que
luchará hasta la muerte. Mi cerebro, desmembrado, no reconocía a sus propios
integrantes; sus neuronas bailaban en la oscuridad, su materia gris se
recalentaba
y fundía en una cascada de lava incontrolable. Y acudió a sus reservas de
lucidez. Su as en la manga: Me ordenó dormir, dormir hasta nuevo aviso.
Desconexión ¡ya! Modo inoperante. El vegetal debía guarecerse de las lluvias
demasiado intensas, antes que se transformaran en avasallador granizo.
Padre, madre, morí una vez, y creo que
decidí no volver a hacerlo más hasta que fuera mi auténtica hora, la
definitiva.
El hospital me enseñó a engarzar mis
eslabones mentales. Muy, muy len-ta-men-te. Tanta languidez parecía anulación.
Hasta que un día, el modus operandi entonó la situación en espera como algo
superado. Y reviví. Como esos mesías resucitados en una segunda oportunidad.
Y si pierdo esa segunda oportunidad sabré
que los pasos deben ser siempre hacia adelante, sin mirar atrás, sin dejar
huellas en una vida a mis espaldas. Siempre hacia adelante.
¡Mesías malcarados!
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La palabra perfecta
Recuerdo aquel
personaje de aquella novela en que el sufrimiento por no encontrar la palabra
perfecta para comenzar una historia escrita le llevaba a la desesperación. Lo
recuerdo porque, a veces, le envidio. Como envidio, sanamente, a los que pintan,
a los que componen música, a los que, en definitiva, logran crear belleza.
Como aquel personaje
de aquella novela, sufro a veces por no encontrar la palabra correcta para
comenzar una historia escrita. Por la mente desfilan cien mil que no encajan en
los sentimientos que desfilan en mi corazón. Y a veces abandono el intento de
crear algo por no luchar, por no aceptar sufrir.
Sé que no soy un
buen escritor. Es más, creo que ni siquiera puedo considerarme como tal. Soy un
pobre desgraciado que intenta plasmar ideas en un papel antes de que éstas se
olviden.
Tengo tantas ganas
de comenzar a escribir algo verdaderamente sincero. Sincero conmigo mismo,
sobre todo. Porque si me traiciono a mí mismo, ¿qué soy?
Algún día lo lograré.
Encontrar la palabra perfecta. El sentimiento y pensamientos perfectos ya
existen pero transmitirlos ¡es tan difícil!
Dijo un gran
filósofo lo de sólo sé que no sé nada. Yo, además de no saber nada, ni esa
ignorancia sé expresarla.
Pobre de mí que
tengo tanto que decir y no sé hacerlo.
Cuando leo
historias escritas por otros, me encuentro conmovido por su facilidad para
hacerme sentir vivo, para transformarme en otras personas por algunos instantes,
por llevarme a sitios que nunca visité ni visitaré, por transportarme a otros
tiempos que siempre quise experimentar. Es maravilloso crear. Lo digo ahora y
lo diré siempre.
Es estupendo
encontrar la palabra perfecta. La tengo en la punta de mi pluma. A punto de
salir. El rompecabezas de mis sentidos se compromete a forzar la situación.
La palabra perfecta
es…
¡Maldita sea!
Ha vuelto a escapar.
Volveré sentirme inservible. Volveré a sentirme
incapaz de hacer ver a los demás que puedo ayudarles.
Pero, en
definitiva, soy lo que soy, y ya escribiendo esto hago un esfuerzo por
definirme.
Sé, en el fondo de mi ser, que la única palabra perfecta es… AMOR. No
hace falta que ni la escriba. Basta con que la transmita.
Recuerdo, entonces, a aquel personaje de aquella novela
que también supo, a tiempo, que AMOR era su palabra buscada.
Y quizás no le
envidie tanto.
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