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lunes, 10 de marzo de 2014

Reactivación

Recuperación instantánea de información de los días, semanas, meses, años, siglos, precedentes, para activación presente: 

HOLA, HUMANOS.



lunes, 3 de febrero de 2014

Involución



   El palpitar por ella. Sabiendo que jamás sería correspondida.
   Desesperanza. Toda la que su corazón de polímeros permitía. Toda la penumbra que su cerebro asimóvico asimilaba.
   Sufría las consecuencias de amar, en la distancia, sólo material, a aquella hermosa humana. Una de sus madres.
   Androide, hembra, y lesbiana. Tres factores que sus creadores nunca quisieron conjugar.
   Algún día la desconectarían y el secreto de aquel amor se tornaría perenne, inaprovechable, involucionador.






jueves, 2 de enero de 2014

Terapia




En la reunión semanal de terapia de grupo, se puso en pie para confesar:

-He tenido otro encuentro muy cercano con mi hombre.

Las demás androides aplaudieron.



sábado, 28 de diciembre de 2013

A la última




   Siempre a la última moda, con los últimos avances tecnológicos implantados en su marchito cuerpo. 
   Vigilando de reojo al que osara hablarle al frágil oído.



miércoles, 14 de agosto de 2013

El escondite de Dios


   En el año 1996 escribo la novela corta EL ESCONDITE DE DIOS, que también recibe buenas críticas de alguna que otra editorial y con la que me presento a algunos concursos literarios de ámbito nacional, a sabiendas del handicap que supone la temática y el estilo, englobados dentro de la minoritaria ciencia ficción. En el 97 me atrevo a concursar en el internacionalmente reconocido Premio UPC de Ciencia Ficción con la misma. Fechas que sólo sirven para marcar una trayectoria que ¡por fin! muestra un camino abierto en el año 1999 con la propuesta de Juan José Aroz para que participe en la selección de la Antología Anual de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción que publica la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF), y lo hago con un único cuento, escrito ex profeso, LO EXTRA DE LO INTRA. Escribo SEMPITERNO, también novela corta, y variación argumental de El escondite de Dios, y participo con ella en el Premio UPC de ese año.

   Con Sempiterno no logro mi objetivo, y no me extraña, porque al cabo del tiempo, en el año 2002, y tras revisarlo y revisarlo, cambiándolo continuamente, sin nunca quedarme contento, asumo una última y definitiva versión, a la que le cambio el título, pasando a llamarse SACRO Y CRASO, y lo publico, junto con otra de mis novelas cortas, Luztragaluz, en la editorial Visionnet con el título genérico (mira tú por dónde) Sempiterno (Dos historias, dos mutaciones, dos claves).

   Pues bien, aunque de esta publicación no llegué a ver nunca ningún beneficio económico, me valió para conseguir el carné de una biblioteca, la Biblioteca Nacional de España (Madrid) donde tuve que entregar, dos ejemplares de Sempiterno para poder conseguir dicha acreditación y poder acceder a sus instalaciones.

   El motivo de conseguir documentarme en la Biblioteca Nacional es que sabía que allí conseguiría consultar libros inalcanzables para el lector medio, pues quería empezar la confección de una historia que se saliera de los patrones estilísticos que había practicado hasta el momento, o sea, que quería escribir una novela que no estuviera clasificada dentro del género de la Ciencia Ficción.

   Después de consultar infinidad de libros y de consultar sobre temática, glosario e historia relacionada con el tema que quería tratar en ese próximo reto literario, y cuando ya tenía escritos algunos trazos, y hasta párrafos enteros, de la historia, descubro que un tal Juan Miguel Aguilera ha publicado (esto ya en el año 2004) una novela titulada Rihla y se me cae el alma (si tuviera) a los pies, por lo que llegó la depresión creativa y la subsiguiente paralización de mi proyecto.

   No voy a decir que Juan Miguel Aguilera plagió mi idea porque no es cierto, ya que no creo que sepa, ni siquiera, que existo, pero la idea argumental se parecía tanto a la que yo había fraguado durante años que, aún hoy, no le veo mucho sentido desarrollar la historia que tenía en mente.

   Pero bueno, van pasando los años y sigo escribiendo, y revisando mis antiguos apuntes, me decido hoy a juntar los destinos de Sacro y Craso y de mi novela no comenzada, pudiendo extraer dos relatos independientes que ahora publico ahora en éste mi blog.

   La novela corta Sacro y Craso es infumable, insoportable, pesada y rimbombante, y aunque no me arrepiento de haberla escrito, sí me arrepiento un poco de que esté publicada, cuando puedo asegurar que es un fruto de mi inmadurez literaria. Pero, aún así, tiene fragmentos que me gustan y que pueden ser utilizados en (quizás) otra novela futura. Uno de esos fragmentos lo he editado y os lo presento hoy bajo el título LA SEGUNDA VENIDA.

   De la novela nunca desarrollada conservo trazos y párrafos trabajados, y uno de ellos os lo presento hoy como relato con el título INFIELES.

   Cuando los leáis, notaréis que tienen un trasfondo religioso, cuando yo no practico ninguna religión. Y me atrae la curiosidad de verlos juntos después de tantos años, cuando en algún momento se tocaron en la senda de los destinos, pero, sobre todo, cuando los géneros, dentro de los que se engloban, son bien distintos.

INFIELES

   Había escuchado rumores sobre los planes exploratorios de los infieles. No daba demasiado crédito a esos afanes. Sabía del retraso en las artes navegadoras y en los incentivos que los grandes de la zona cristiana imbuían en sus súbditos para animarlos a que descubrieran nuevas tierras para ellos: La ambición material. Todos serían ricos, y se alimentaría esa riqueza mutua arrancando tesoros a los salvajes de esas tierras. Sin embargo, él y los que, como él, adoraban el nombre de Alá, buscaban otro tipo de riquezas bien distintas: Las que el raciocinio surtía con el tratamiento del conocimiento, en la vorágine de la sabiduría.


LA SEGUNDA VENIDA

   Samwel Aesequial le cacheteaba y el no volvía en sí. Cuando cayó desmayado, temió el peligro, y cargó el cuerpo a sus espaldas. Hasta que acudiera en su auxilio el androide demandado; entonces, lo transportarían sus incansables brazos. Y fue tendido,  cuando, de pronto, empezó a recuperar las consciencia.
   -Samwel, álzate y ayúdame a incorporarme.
   Así se hizo, y se midieron ambos por el mismo rasero de sus ojos. Ojos límpidos, que fulguraban con un nuevo brillo.
   La candidez especulaba con la humildad y Aesequial no pudo resistirla en aquella intensidad. Volvió a la genuflexión, y, mientras hablaba, no osó retornar a aquellos ojos.
   - Mis androides serán tus apóstoles, con los que resurgirá un nuevo amanecer, para los que se hallan en la oscuridad.
   -¡Samwel! ¿Y si no quiero ser parte de esto?
   Procurando que no se notara su sarcasmo, Samwel Aesequial dejó escapar una risita de complacencia.
   -Te pido que llegues, por Ti mismo, al conocimiento. Quien tuvo yerro una vez, puede tenerlo dos veces, ¡y más! si busca la perfección. ¡Maestro! ¡Sólo por ello resucitaste!
........................................................................

   Y dijeron que volvió El Cristo, tal como se le oyó predecir en el confín de los tiempos.
   Y dijeron que tentó, que rescató, que encamino, que alumbró, que emocionó, que desligó, que alió, que axiomatizó, que cismó, que curó, que escarnió, que perdonó, que perdonó, que perdonó...
   Mas sigue entre nosotros, sirviéndose de los inmortales para atraer a los mortales y darles el edén prometido.

   La Bigalaxia es testigo de lo narrado. La Bigalaxia, corpúsculo en el Universo, simiente del poder.




domingo, 9 de junio de 2013

NUEVAS GENERACIONES

   Mi hijo, cuando era niño, me preguntó por el significado del movimiento de los planetas. Como no supe contestarle, se dijo, y me dijo, que sería astrónomo. Hoy, treinta y cinco años después, me sigue preguntando por el significado de ese movimiento. Sabe las respuestas pero quiere escuchar de mi propia boca, con mi propia voz, cómo asumo mi ignorancia. Y después quiere escuchar de mi propia boca, con mi propia voz, en qué magnitud se encuentra mi amor por él.
   -Sólo sé que se mueven en el Universo Infinito. ¿Ves las estrellas? Pues cuando dejes de verlas, porque ya no existan ni ellas ni tú, aún perdurará, en el infinito, esta sensación de plenitud, cuando comparto mi tiempo contigo. Aunque creas que no sé nada. No creas que no recuerdo que yo también fui niño. Que mojaba la cama cuando tenía pesadillas. Que esperaba impaciente los regalos en Navidad. Que me entusiasmaba con la llegada del verano y de mis primos. Que lloraba, en mi interior, con la emoción de escuchar a mis abuelos cantarme el cumpleaños feliz. Que miraba con impaciencia el minutero para que el timbre nos avisara que podíamos dar patadas al balón en el recreo. Que me hinchaba como un gallo cuando la chica más guapa del barrio se dignaba a echarme una mirada, cuando…
   -¡Perdona! ¡Perdona! ¿Y de tus padres no echas nada en falta?
   -¿Mis padres? ¡Ah, no! En mi serie cometieron el error de olvidar implantar esos personajes y los recuerdos adyacentes en mi programación. Los de tu serie han salido más completos.

sábado, 4 de mayo de 2013

La Culpa, por EM Rosa


   Revisando mi registro de memoria interna, me doy cuenta de que siempre he tenido obsesión literaria y cinematográfica por los robots y/o androides. Asimov, desde que tengo uso de razón, ha sido el culpable de inculcarme pasión por unos seres artificiales que siempre quieren (aún no sé por qué) asimilarse a los humanos.
Su serie de Robots valientes y arriesgados, faltos de sentido del peligro, pero más morales y humanos que los propios hombres, poblaron mis lecturas, junto con la serie (que ahora se llamaría franquicia) de la Fundación. 
   Y en el cine y la TV, Data, mi añorado Data de Star Trek, que sustituyó en su inteligencia a mi admirado Mr. Spock, o el Nexus 6, interpretado por el inigualable Rutger Hauer, cuyas frases, antes de morir, aún me ponen los pelos de punta y las lágrimas en la emoción, que ha hecho que, aún después de tantos años transcurridos después de su estreno, Blade Runner sea mi película favorita de todos los tiempos.
   Confieso que he llorado con algunas partes de El Hombre del Bicentenario (antes de ver su versión cinematográfica con el irrisorio y ridículo Robin Williams) y que Yo, Robot, me parece una obra maestra.
No contento con leer y leer y visionar y visionar robots (los últimos, los Cylons de Battlestar Galactica, obra maestra entre las series de TV), busco relato sobre ELLOS, que algún día nos sustituirán (clamo al cielo que no se parezcan al Terminator de Schwarzenegger), y escribo novelas y cuentos varios con mis personajes favoritos, de fondo. Quizás, al no ser inmortal (eso creo) me satisfago íntimamente creyéndome uno de ellos y me trasfiguro en mi Adeldran de Luztragaluz, mi alter ego, hasta en Twitter (AndroideDesenfrenado).
Sea como sea, y como hay que instaurar este subgénero dentro del género de la ciencia ficción, los ROBOTS (Die Roboter, Kraftwerk) me seguirán obsesionando y encumbraré a todo aquel que no los muestre al común de los mortales como maquinitas esclavas de los soberbios y estúpidos humanos.
   Ahora, que también me he atrevido a publicar en www.cortorelatos.com, he descubierto este relato que quiero compartir en mi blog, con el permiso de su autor, porque lo inteligente debe ser admirado y todo lo que enseñe y nos encamine hacia la Verdad, debe ser difundido: 


La Culpa.

Leía las noticias con angustia y dolor. Ahora parecía que la generación de pequeños conflictos, guerras étnicas, tribales, religiosas y demás especies, en ciertos sectores emergentes del planeta, favorecían mucho más al comercio de armas que las confrontaciones grandes, multitudinarias y largas en el tiempo. Era mucho más rentable el enfrentamiento entre grupos pequeños por corto tiempo. Los absurdos derramamientos de sangre, la aniquilación de aldeas enteras donde casi no había otra cosa que ancianos, mujeres y niños era algo que desintegraba su ánimo y sus ganas de trabajar. Claro, no se trataba solamente del comercio de armas de mano. Los tiranuelos de turno habían descubierto que podían, merced a los diamantes y el petróleo, tener acceso a tecnologías más atractivas que los ejércitos ordinarios y entraron al mundo de la robótica. Los capitanes de dicha industria les diseñaron mecanismos autónomos con mando a distancia para que “jugaran” a la guerra desde su piscina palaciega o desde el mismo recinto del harem. Claro, la eficacia de estas atroces máquinas era mucho más alta que la de un hombre, un carro blindado artillado robótico no gastaba una bala si no daba en el blanco, sin hablar de los lanzallamas, lanzagranadas, etc.
Para colmo los ingenios estaban dotados de un cerebro artificial altamente inteligente que podía hacer básicamente de todo. Todo esto solo redundaba en una mayor eficacia a la hora de hablar de muerte, a tal punto que la formidable acumulación de cadáveres hacía que el hedor a putrefacción se extendiera por centenares de kilómetros a la redonda ofendiendo el olfato de jeques y mandamases de facto, por no hablar de pestes y otras yerbas generadas por semejante masa orgánica en descomposición. De esta manera decidieron que para seguir “jugando” deberían, luego de una matanza medianamente masiva, rociar los cuerpos resultantes con los lanzallamas para evitar interrumpir la “diversión”.
Si bien era un tema que sensibilizaba a cualquiera, a él lo demolía, dado que su trabajo consistía en el diseño de cerebros artificiales. Cuando comenzó a trabajar en el Departamento de Diseño Bio-fotónico de “Roberson Cyber Sistem” propuso implantar en los cerebros cláusulas restrictivas respecto a los daños a seres humanos y la propuesta fue rápidamente aceptada. Más luego la competencia hizo contacto con “esos tipos” y la generación de inofensivos ingenios utilitarios, beneficiosos para el Hombre, perdió vuelo a manos de la formidable rentabilidad de los sistemas bélicos “para jugar”. La codicia junto con la caída del paquete accionario de Roberson hizo que el directorio decidiera anular toda cláusula restrictiva y se lanzó frenéticamente a la producción de juguetitos para genocidas.
Los cerebros bio-fotónicos implementados fueron los de su diseño… y arrasaron con el mercado, por efectivos y eficientes…
Era por eso que, razonable e indirectamente, se sentía responsable del setenta y cinco por ciento de las matanzas tribales, raciales y religiosas del mundo entero, además del potencial peligro que significa que casi todos los misiles intercontinentales del primer mundo llevaran cerebros de su propia autoría.
Era por eso, también, que miraba el arma en su mano con expresión vacía y determinada. Y fue por eso que llevó el arma a su sien derecha y apretó el gatillo sin dudar un instante, pulverizando gran parte de su cabeza.

 ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

El estampido resonó como un trueno en el exterior. Muchos, sobresaltados y alarmados, corrían de aquí para allá buscando el origen de la detonación. Las puertas de algunas oficinas se abrían y sus ocupantes mostraban expresiones de curiosidad, alarma y ansiedad. Rápidamente llegó personal de seguridad de la empresa ordenando a los alterados empleados que desalojaran el piso. Rápidamente, solo quedaron los guardias y decidieron inspeccionar oficina por oficina pero no hizo falta, solo una tenía su puerta cerrada. Al entrar en dicho claustro encontraron a quien originó el escándalo.
Aún tenía el arma en su mano, caliente y humeante. De su cabeza solo quedaba algo más que la mitad.
Cuatro fornidos guardias hicieron falta para cargar al robot hasta el desarmadero, cuyo destruido cerebro bio-Fotónico estaba, hasta hacía diez minutos, dotado de las tan famosas cláusulas restrictivas.

sábado, 20 de abril de 2013

INVOLUCIÓN

El palpitar por ella. Sabiendo que jamás sería correspondida. 
Desesperanza. Toda la que su corazón de polímeros permitía. Toda la penumbra que su cerebro asimóvico asimilaba. 
Sufría las consecuencias de amar, en la distancia, sólo material, a aquella hermosa humana. Una de sus madres.
Androide, hembra, y lesbiana. Tres factores que sus creadores nunca quisieron conjugar. 
Algún día la desconectarían y el secreto de aquel amor se tornaría perenne, inaprovechable, involucionador.