Cerebro no es igual a mente. Estoy
convencido. Yo tenía cerebro y casi lo destruyo para alimentar mi mente. Caí en las drogas porque lo natural no me satisfacía en lo más mínimo.

Debo agradecer a tu dios, si es que existe,
que me retirara a tiempo de aquel callejón sin retorno. Acción y reacción
disgregaron los efectos malignos de los estupefacientes ingeridos. Acción directa
de desviar toda mi atención e intención en mi eterna búsqueda de la perpetua
perfección.

Perdí mi propia percepción de mí mismo, y
eso era ya demasiado, insultantemente grave.
Mi cerebro intervino como salvador de lo que
contenía, como una madre que protege a sus crías, a sus cachorros por los que
luchará hasta la muerte. Mi cerebro, desmembrado, no reconocía a sus propios
integrantes; sus neuronas bailaban en la oscuridad, su materia gris se
recalentaba
y fundía en una cascada de lava incontrolable. Y acudió a sus reservas de
lucidez. Su as en la manga: Me ordenó dormir, dormir hasta nuevo aviso.
Desconexión ¡ya! Modo inoperante. El vegetal debía guarecerse de las lluvias
demasiado intensas, antes que se transformaran en avasallador granizo.
Padre, madre, morí una vez, y creo que
decidí no volver a hacerlo más hasta que fuera mi auténtica hora, la
definitiva.
El hospital me enseñó a engarzar mis
eslabones mentales. Muy, muy len-ta-men-te. Tanta languidez parecía anulación.
Hasta que un día, el modus operandi entonó la situación en espera como algo
superado. Y reviví. Como esos mesías resucitados en una segunda oportunidad.
Y si pierdo esa segunda oportunidad sabré
que los pasos deben ser siempre hacia adelante, sin mirar atrás, sin dejar
huellas en una vida a mis espaldas. Siempre hacia adelante.
¡Mesías malcarados!
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