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viernes, 21 de febrero de 2014

Salvo

Habían trabajado a marchas forzadas. Toda la familia. Codo con codo. Turnándose en las horas de vigilia. Aprovechando el frescor de la noche para avanzar. Y mientras, escuchando obsesivamente las noticias radiofónicas. Y todos, agradeciendo al cabeza de familia su actitud conspiranoica. Porque ahora ya estaban preparados para el final. Aunque, predecían entusiasmados, que sería el principio de una nueva vida en común. En el refugio. Para siempre. Hasta que desapareciera la radiación gamma en el exterior. En el resto de la Tierra.





domingo, 3 de noviembre de 2013

Enmadre

Suelo recordar cuando me bañabas con tus suaves manos.
Cuando me dabas de comer con tus suaves palabras.
Cuando me enseñabas a sumar con tu suave paciencia.
Cuando me mandabas a la cama con tu suave disciplina.
Suelo recordarlo, ahora, cuando soy yo el que baña, el que da de comer, el que enseña a sumar y el que manda a la cama a sus propios hijos.
Gracias, madre, gracias.


Dedicado a mi amada madre, Carmen.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Tengo el placer de presentar a Claudia Patricia Arbeláez Henao

   Lo que voy a difundir  través de mi blog es la admiración por esta escritora. 
   Una gran artista que logra, con sus palabras, transmitir el sabor de nuestros recuerdos, el saborear la sangre de nuestros propios corazones, cuando riega la totalidad de nuestras células corporales, antes de que se transforme en luz para albricia de nuestros espíritus. 
   Y es sólo una muestra. Una muestra que abre el hambre, el literario. 
   

DE LA INFANCIA Y OTROS SABORES

(Extracto)

   Las casas de mi infancia guardan un olor especial. Es difícil recordar cada uno, pero en un intento por revivir mi niñez, llega el hervor de las legumbres expandiéndose por todo el lugar y desde luego el olor de la avena caliente con canela.
    Tuve varias casas, la primera era grande, con misteriosos zaguanes y pasadizos, las puertas eran grises y anchas y llevaban candados. Había un cuarto muy pequeño donde se guardaban cosas viejas, olía a trementina, cuero, naftalina y a veces a madera húmeda. Para mi edad, era un cuarto lúgubre por eso de los recuerdos amontonados y las cosas viejas, también un cuarto fantasma.
   En el sótano reposaban viejos libros amarillentos y llenos de polvo, redenciones, una escalera y el cajón donde se molían las mazorcas. Era oscuro y aunque prendiéramos la luz, se veía opaco y tenebroso. Después de la puerta quedaba el solar: Pues bien, este era otro cuarto fantasma; allí olía a tiempo y a muerte.
   Aún recuerdo un cuarto que nunca se abría, era como si hubiera un tesoro oculto, siempre quise saber qué contenía, sólo los adultos entraban allí, con el paso del tiempo yo lo pude hacer; primero miraba por las hendijas de la puerta pero nunca pude ver nada. Finalmente descubrí unos muebles grandes, tal vez de épocas remotas, un tapete cobijando la fría baldosa y unos cuadros cuyas imágenes no recuerdo, tal vez eran Crísticas como aún suele suceder. Aquel cuarto olía a soledad y a encierro.
   La vieja historia cuenta que allí vivió un prócer de la independencia, en la puerta aún se conserva la placa que da fe de su nacimiento, no pretendo ahondar en este pasado desconocido aunque me llena de orgullo saber que aquí sucedió algo realmente importante para la historia de mi pequeña y gran patria y siempre que tengo la oportunidad hablo de esto, de la que fue mi casa cuando ya para otro había sido su cuna y ahora que lo pienso hay muchas razones que explican la magia de sus ventanas, puertas y paredes.
   La cocina era maravillosa, de forma rectangular y con una ventanita que daba al solar donde la abuela tenía sus animales y aves de corral y otra cocina con un oscuro fogón de leña, donde después, jugábamos. Esta cocina era negra, poblada por el carbón y el humo, allí reposaba la madera y unos cuantos objetos que utilizaba el abuelo; canecas de leche y platos viejos. Ese lugar, sí que huele a infancia. Allí se reanudaban los sueños amparados por la espera de un futuro, comíamos y jugábamos a ser grandes, mientras la abuela envasaba la leche con un embudo mágico.
   En el patio trasero había un tanque donde a veces me bañaba. Desde allí se podían mirar a los otros huertos, otras casas y patios. La escuela también se veía a lo lejos, desde allí me miraba mi mamá en las mañanas hasta verme entrar por la única puerta, aquella por donde entraban los sueños. Todavía conservo una foto, sentada en el escritorio de la maestra posando para la posteridad, para el recuerdo o tal vez, para el olvido.
   Bien, digo que fue mi primera casa, pero mi madre me habla de otra, la que ahora juega a tocarse con la que hoy de adulta habito. Tal vez estaba muy pequeña para recordarlo, pero allí pasé las primeras noches, cuando ella en medio de la temible oscuridad esperaba la llegada de mi padre después de un día de arduo trabajo. Después hablaré de ella, todavía tengo la fortuna de visitarla y mirar el patio desde mi ventana.
   En la casa del prócer olía a flores frescas, a chocolate caliente, el agua era helada y desde la ventanita se veía el cementerio. Después de tanto tiempo quisiera regresar, sentarme en el patio, encerrarme temprano a dormir y caminar por aquellos corredores que me vieron crecer. Pero ha pasado tanto tiempo, creo que sus paredes ya se olvidaron de mis manos, sin embargo aún la siento como si fuera ayer.                  
   Todavía vive la imagen de los abuelos, la que sólo morirá cuando muera quien me recuerde, quien me conozca sabrá que mis abuelos permanecen en mi memoria siempre, en todo lugar. 
   El segundo piso de la casa era entablado, la madera relucía y olía a jabón. La abuela se arrodillaba y lavaba. Era como otra casa, la sala permanecía abierta y la cocina era más amplia y en ella grandes baúles donde guardaba las semillas y los granos. Una vez, en ese lugar el abuelo me sentó sobre sus piernas y jugó conmigo a ser un pequeño animalito, ofreciéndome pequeños pellizcos. Hablábamos mucho y creo que a veces dormíamos juntos. Yo estaba con él cuando enfermó por primera vez, cuando ya se asomaba su vejez. En este piso no había cuartos fantasmas. 
   Aquella casa entonces o ese segundo piso olía a nuevo, no tenía pasadizos, sólo unas escaleras que llevaban al infinito. Unos días arriba y otros abajo, en fin.

(Copyright: Claudia Patricia Arbeláez Henao) 

Este extracto forma parte de una obra titulada VECINDARIOS, obra inacabada, según palabras de la propia autora: 
Nota de agosto 11 de 2013.
Esta historia nunca llegará a su fin, no por lo menos en este plano.
Sigo escribiendo esperando hasta el día en que mis dedos puedan danzar sobre el papel, todavía llevo mi cuaderno de notas en mi morral para no olvidar lo que quiero atrapar, ya no confío plenamente en mi memoria, no se le puede dar gratuidad a los años, prefiero confiar en el viejo cuaderno.
Agradecimientos a quienes habitan la palabra y se dejan habitar por ella.

Claudia Patricia Arbeláez Henao.

sábado, 22 de junio de 2013

Historia: Mi primer cuento (hasta ahora inédito)



CRISIS DE FAMILIA  


1.

    ¡Qué grande es mi hermano Sergio!
   De los dos hermanos que tengo, él es el más alegre y divertido y el más cariñoso conmigo. Es un hermano mayor ideal.
   No sé por qué mi madre siempre anda regañándole, no lo sé. Él se porta estupendamente y ella, sin ningún motivo, siempre pone falta a cualquiera de sus actos.
   No sé qué hay de malo en que salga una noche a la semana. Tiene derecho. Ya es mayorcito.
   Lo más lógico para su edad, comparándolo con los demás, es que saliera mucho más a menudo. Se merece algunas horas de expansión después del agobio que debe de suponer no soltar los libros de estudio en tantas horas como hace él.
   No tiene novia, ni falta que hace. Ya tendrá tiempo. Mamá dice que, aunque es un buen partido, ninguna chica se le acerca por su carácter. No sé a qué viene eso.
   A veces pienso que mamá le tiene manía por ser el que más le tira a papá. Al ser el primer hijo, papá siempre lo ha tenido como su preferido. A mí no me importa, lo comprendo. Yo, en su lugar, quizás haría lo mismo.
   De todas maneras, y sin tener en cuenta todo lo demás, a mí me sigue pareciendo un tío grande.
   Es jugador de hockey sobre hielo, el mejor de su equipo.
   Ama su stick de hockey. Con él pasa muchas horas. Le acompaña en sus estudios en casa, cuando sale con sus amigos por las tardes y, claro está, cuando tiene que entrenarse o jugar algún partido. Es como si fuera su mascota. Lo cuida tanto que a veces me da envidia de que no me trate a mí con el mismo cariño. Y eso que a mí me quiere mucho.
   Esta pequeña manía pasará con el tiempo. Eso creo yo.

2.

   Esta mañana, al despertar, he visto la cama de mi hermano igual que antes de acostarme. No ha dormido en casa.
   Al levantarme e ir a desayunar he visto a mamá aún en camisón y llorando desconsoladamente en el comedor.
   Al preguntar qué ha ocurrido, se seca las lágrimas que caen cara abajo y me mira con suma atención. Se lo vuelvo a preguntar y me contesta “Siempre lo mismo, siempre lo mismo” y estalla de nuevo en sollozos.
   ¿Qué habrá querido decir?

3.

   -¡Hola, Sergio!
   -¡Hola, hermanito!
   Esta es toda nuestra conversación después de que Sergio salga del cuarto del baño, tras haber llegado a casa poco antes de almorzar.
   ¡Vaya cara que tienen los cuatro! Mi padre sentado a la cabeza de la mesa, mi madre frente a él, Sergio al lado derecho de papá, y Antonio y yo frente a Sergio. Todos callados.
   Cuando mamá se levanta un momento para repartir la comida, echa una rápida mirada a Sergio, luego una más larga a mi padre y rompe de nuevo a llorar. Deja las cosas encima de la mesa y se marcha hacia su habitación donde, de un gran portazo, se aísla del resto de la casa y de los que la habitan.
   Papá nos mira insistentemente a los tres hermanos y, tras terminar su plato, se levanta y se va con mamá.
   ¿Qué pasa hoy aquí?

4.

   ¡Qué tarde más maravillosa estoy pasando! Mi hermano me ha invitado a ir al cine y, después de ver una estupenda película de ciencia ficción, pues sabe que son mis favoritas, nos estamos comiendo unas hamburguesas acompañadas de refrescos.
   Yo ya no ceno esta noche. Mi hermano, no sé, pero creo que tampoco.
   Sergio consiguió que papá le dejara el coche y gracias a eso hemos podido ir a más sitios de nuestra gran ciudad.
   Cuando terminamos la parranda volvemos a casa, mejor dicho, vuelvo a casa, porque mi hermano me lleva hasta la puerta y, sin ninguna explicación, se marcha. Lo más seguro es que papá ya tenga esa explicación.
   Cuando llamo a la puerta me recibe mi madre y con una rápida mirada a mi alrededor, se sobresalta y me pregunta por mi hermano. Yo explico lo que ha pasado y me hace entrar.
   -¡Tu hijo, tu hijo!
   -¿Qué pasa, mujer?
   Mi madre abre los ojos y, con una mueca de la boca, completa una expresión de terror.
   Mi padre parece comprender y se van los dos corriendo hasta mi cuarto. Abren el armario de Sergio y allí encuentran las respuestas para todas mis preguntas: Falta el stick de hochey .
   Pero, ¿y qué pasa con eso? Es normal que mi hermano se lleve el stick.
   Parece ser que eso es lo malo, que es normal.
   No comprendo nada

5.

   Esta noche sí ha dormido mi hermano en casa. Una vez que desperté en la noche lo encontré tirado sobre la cama, pero había algo extraño, estaba vestido con su ropa de calle.
   Ahora me vuelvo a despertar y me alarmo con más razón.
   Grandes gritos e inquietantes sollozos conforman una mañana de pesadilla.
   Me levanto y me encuentro una escena propia de un manicomio.
   Mi hermano Antonio tirado en el suelo junto a mi madre que está agarrando a mi hermano Sergio por el cuello con un brazo y con el otro intentando que no se le acerque mi padre. Se ha vuelto loca. No sé qué hacer. Estoy anonadado.
   Antonio intenta levantarse pero mi madre, con una patada, lo impide. ¿De dónde habrá sacado toda esa fuerza? Se dice que en situaciones límite cualquier ser humano experimenta un cambio físico y mental que va más allá de lo explicable. Mi madre está en una situación límite. Cuando me paro frente a ella me fijo en sus ojos ensangrentados.
   ¡¿Qué pasa aquí?!
   Al gritar con todas mis fuerzas, la escena se para y cambia, a continuación, radicalmente: Mi padre consigue llegar hasta mi madre que está como ensimismada mirándome, con los brazos caídos y la boca abierta. Deja, por fin, a Sergio en libertad, mi otro hermano consigue levantarse y yo ayudo a papá a calmar a mamá. Todo esto, en poquísimos segundos.
   Me doy cuenta que nadie ha respondido aún a mi pregunta.
   Cuando mamá parece haber recobrado el sentido de la realidad decido dejarla con mi padre y voy al cuarto de baño donde he visto entrar a Sergio.
   Llamando y llamando, logro que mi hermano me abra la puerta.
   Aún soy joven y no estoy para algunas cosas. Algunas cosas como las que veo representadas en mi hermano.
   Una mano descuelga el teléfono de la salita.
   -He decidido entregárselo.
   -… … …
   -¿Cómo? ¿Que no sabe de qué hablo? ¿De qué va a ser? ¿No están ustedes investigando el caso de los diez homicidios con arma desconocida?
   -… … …
   -Sí, sé quién es el asesino.
   -… … …
   -No. Sólo cuando decidan algo concreto les daré mi nombre.

6.

   -Hijo, tú sabes que te quiero mucho.
   -Sí, papá.
   -Y que haría lo que fuera mejor para ti.
   -Sí, papá.
   -Entonces, lo debes comprender.
   -Sí, papá… bueno, no papá.
   -Si es muy sencillo. Hazte cargo de la situación que atravesamos.
   -Me hago cargo.
   -Bueno, pues si te haces cargo, entonces, ¿por qué no comprendes?
   -Porque no sé por qué me queréis separar de mi stick.

7.

   Llaman a la puerta. Salgo de mi habitación para abrirla.
   -Buenos días, ya estamos aquí. ¡Actúa con mucha calma!
   -¿De qué hablan?
   -¿Quién es nuestro contacto?
   -Yo, señores, y, por favor, guarden un poco más de silencio.
    ¿Qué tendrá que ver mi padre con estos señores?
   Me aparta de la puerta y los hace entrar llamándoles la atención sobre la puerta de su dormitorio. Mamá debe de estar aún durmiendo.
   Con suma rapidez, dos de los hombres se dirigen a la puerta de mi habitación y llaman la atención de mi padre sobre ésta. Él asiente. Después me asalta el estupor. Sacan armas de fuego del interior de sus chaquetas y entran con un “¡No intentes nada! ¡Policía!”

8.

   Mi hermano los estaba esperando. Los policías deciden que sus armas no valen contra un ser indefenso. Pero él no está indefenso. En cuando vuelven a poner las pistolas en su sitio, él se abalanza hacia ellos con algo en su mano derecha que asegura con su otra mano y que me resulta muy conocido.
   La cara de uno de los agentes se deshace ante un golpe bestialmente certero.
   Llegan al campo de batalla dos hombres más que estaban junto a mi padre tomándole declaración.
   Dura es la pelea. Mi hermano es dominado y su arma confiscada.
   En esos momentos mi madre y hermano menor se unen a mi padre y a mí para estar presentes cuando se lleven a Sergio.
   Uno de los agentes saca una bolsa de plástico negra y con ella envuelve lo que había sido el instrumento de diez asesinatos: Un stick de hockey.

9.

   Hoy ha amanecido un día gris pero, de todas maneras, decido ir a visitar a mi hermano. Sólo me lo permiten una vez cada dos meses. El sanatorio mental cae bastante lejos pero no hay problema; papá viene conmigo en su coche.

10.

   La casa parece otra cosa. Está llena de felicidad. Las comidas ya no se hacen tan largas como antes, solemos salir toda la familia al campo los fines de semana y mamá está muy contenta con un trabajo que ha conseguido. Ya empieza la próxima semana, aunque creo que dentro de poco lo va a tener que dejar: Hace casi dos años que los cuatro estamos justos en plena armonía y ayer papá me dio la  buena noticia de que dentro de ocho meses seremos uno más.
   ¡Qué alegría!

11.

   ¡Qué grande es mi hermano Antonio! De los tres hermanos que tengo él es el más alegre y divertido y el más cariñoso conmigo. Es un hermano menor ideal.
   No sé por qué mi madre siempre anda regañándole.
   No lo sé.



(Nota: Este relato está basado en la letra de la canción “Stick de hockey”, del grupo Ilegales, escrita por Jorge Martínez. Gracias por su inspiración. Viveiro (Lugo), 20 de agosto de 1986)