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jueves, 26 de junio de 2014
Triple hoja
Mientras se afeitaba, con su única maquinilla triple hoja, se preguntaba para qué lo hacía, si ya era el último habitante del planeta.
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domingo, 23 de febrero de 2014
Pizzicato
El hombre se encontraba encerrado entre dos paredes y dos
puertas porque estaba a oscuras en un largo pasillo de lo que estaba
definiendo, en el agobio claustrofóbico, como una trampa, en el laberinto
interior del Teatro.
A tientas,
tocando la pared con las yemas de los dedos y con el refilón de los zapatos, se
dirigía hacia las casi imperceptibles lucecillas rojas que asomaban por detrás
del teclado numérico de claves de apertura, para la libertad que habría tras abrirse aquella puerta.
Y mezclado con
el sonido del riego sanguíneo y el palpitar inmenso del silencio sepulcral, se
escuchaba, muy a lo lejos, la música que debía de emanar de un piano.
Se detuvo para
escuchar concentrado, para que sus pasos no interrumpieran, con sus sonidos
toscos de tacón, la belleza de la pieza. Pero no tuvo tiempo de deleitarse con
ella, ya que inmediato fue el cambio de registro, con un pizzicato de violines
que comenzaron a arremolinar su sentido de la orientación.
No comprendía
cómo se le podía estar haciendo tan largo el trayecto, cuando había podido
vislumbrar, antes de que se apagaran las luces, la verdadera dimensión del
recinto.
Y gritó:
-¡Hola! ¿Hay
alguien ahí?
Se rió de su
ocurrencia, por lo estúpida que había sido y, desechando una respuesta, siguió
avanzando. Poco a poco. Porque no recordaba si podría haber algún obstáculo
pegado a la pared.
Los violines
enmudecieron y volvió a escuchar su respiración mientras daba por alcanzada la
puerta que, con el tacto de un ligero golpeteo de nudillos, aseguró era metálica.
Y como así sentenció, así empezó a golpear con las palmas de las manos,
provocando truenos en el aire, que rebotaban y se mezclaban, con sus gritos, en
un caos.
Desechó la
posibilidad de intentar adivinar la combinación porque ni siquiera sabía cuántos
dígitos tendría que marcar y continuó con sus desesperadas increpaciones a los
posibles oyentes que hubiera al otro lado.
Y nadie acudía.
Y maldijo el
despiste de una o varias horas antes. Ni siquiera tenía la posibilidad de la llamada
de urgencia con su teléfono móvil porque ¡se lo había dejado en el aparcamiento,
dentro del coche!
Apoyó la espalda
contra la pared y la deslizó hasta sentarse en el frío suelo.
¿Cómo había ido
a parar allí?
¿En qué parte de
las instrucciones del guardia de seguridad que le atendió se había equivocado?
Tuvo claro que
la persona que le habría estado esperando, para la entrevista de trabajo,
habría finalizado con los otros candidatos y se habría ido.
¿Qué hora sería
ya? ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿A nadie más se le iba a ocurrir coger este
atajo? ¿Por qué no aparecía nadie?
Puso la cara
entre sus manos y las acercó a las rodillas, balanceándose en pequeños
ejercicios abdominales, como si escuchara una nana, y empezó a cantarla.
Suavemente. Porque necesitaba el arrullo de su propia voz. Y sin saber si
mental o física, empezó a escuchar una flauta, que lo acompañaba en su tarareo.
Y decidió que no
se adormecería. Que tenía que salir de allí. Y despegó las manos. Y levantó los
párpados. Siguiendo cantando. Y una pequeña luminosidad empezó a hacerse
patente. Veía sus manos, y sus rodillas, y sus zapatos, y el suelo. Y las
paredes a ambos lados, y el pasillo que había dejado atrás, cada vez más claro,
cada vez más blanco. Y no dejó de cantar, porque tenía miedo de que, si lo
hacía, volviera la oscuridad. Y la flauta le seguía acompañando.
Puso una mano en
el suelo y se empujó para levantarse.
¡Qué delicada
voz salía de sus cuerdas vocales! ¡Qué armonía! ¡Qué dulzura sublime!
Recordó,
entonces, que a eso había ido al Teatro. A cantar. Para que le escucharan. Para
que le escogieran. Para el próximo proyecto operístico. Con su voz contratenor.
Y siguió
cantando, llenando de efluvios musicales lo que minutos antes había sido una
pesadilla de silencio y caos.
Eclipsando el
sonido de la flauta, porque él también era la flauta, el violín, la orquesta
entera.
Tan entusiasmado
que no se percató que una de las dos puertas se entreabrió. Y volvió la luz.
Toda. Íntegra. La de todos los fluorescentes que cruzaban, longitudinalmente, el techo del pasillo.
Y calló.
Y gritó.
-¡Hola! ¿Hay
alguien ahí?
(Dedicado a Juan
Diego Baños de Andrés,
que, con una
aventura casi parecida,
me inspiró este
relato.)
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viernes, 21 de febrero de 2014
Salvo
Habían trabajado a marchas forzadas. Toda la familia.
Codo con codo. Turnándose en las horas de vigilia. Aprovechando el frescor de
la noche para avanzar. Y mientras, escuchando obsesivamente las noticias
radiofónicas. Y todos, agradeciendo al cabeza de familia su actitud
conspiranoica. Porque ahora ya estaban preparados para el final. Aunque,
predecían entusiasmados, que sería el principio de una nueva vida en común. En
el refugio. Para siempre. Hasta que desapareciera la radiación gamma en el
exterior. En el resto de la Tierra.
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miércoles, 29 de enero de 2014
La Bien Pagá (Tuit-relato)
#2.- La extraña, con sus carmines, me observaba de reojo para comprobar que la espiaba.
#3.- Antes de que el tren partiera y me adormeciera su traqueteo, decidí presentarme, como un caballero, a la seductora coqueta.
#4.- Sandra era de esas personas que se hacen querer sin forzar la relación, con armonía imparable en cada risotada sincera.
#5.- La confianza mutua aumentaba con cada parada de estación y a la sexta pasada del revisor la mujer sabía más de mí que yo mismo.
#6.- El viaje en un principio iba a ser largo y aburrido, pero el encanto de Sandra me hizo desear no llegar a mi destino.
#7.- Dicharachaba y dicharachaba mientras que la temperatura del vagón, y la mía, aumentaban.
#8.- Ella no parecía darse cuenta que la provocación y la tentación alcanzaban niveles casi inasumibles por mi autocontrol.
#9.- El vagón era pura voluptuosidad pero esta vez no volvería a caer en los mismos errores del pasado, aún recientes.
#10.- Meses antes de coger el mismo tren que Sandra, yo había jurado a mi encolerizada esposa que jamás volvería a traicionarla.
#11.- En su penúltima visita,el revisor nos dijo que estábamos a dos horas de nuestro destino y Sandra cambió el tono de la charla.
#12.- Escote asombroso,curvas inverosímiles,perfume embriagador,labios insinuantes y ojos comedores. Y casi sin fuerza de voluntad.
#13.- La primera voz de alarma, silenciosa, en mi mente, cuando Sandra me llamó por mi nombre de pila sin yo haberlo mentado nunca.
#14.- La extraña ya no era tan extraña: Entre chascarrillos dejó escapar algún detalle sobre mí que pocos sabían. ¿Ya me conocía?
#15.- Atardeciendo ya, pasamos de compartir vagón a compartir asiento, y con algún que otro vaivén nuestros cuerpos se rozaron.
#16.- El olor de su sudor perfumado, la juntura de sus pechos tan cerca, el susurro de mi nombre en el lóbulo de mi oreja.
#17.- Me provocó. Juro que me provocó cuando el umbral de mi autocontrol había decaído.
#18.- En la intimidad del compartimento, cuando estaba cayendo la noche, me abalancé sobre ella, queriendo comérmela entera.
#19.- Sandra, con un gesto adorable, apartó mi boca de la suya y, atravesándome con su mirada, musitó: "Ella dijo que lo harías".
#20.- No sé aún si me causó más dolor la daga clavada en la garganta o las palabras de desprecio de aquella diosa hecha mujer.
#21.- Deseó rematarme con toda su furia, pero el despiste de un emperifollado caballero me salvó la vida, y ahora puedo contarlo.
#22.-Podría decir que ella saltó por la ventana, pero a aquella velocidad se hubiera destrozado, como mi ego.
#23.- Eduardo, al equivocarse de vagón, me salvó la vida dos veces: Evitando la escabechina, y echándome sus manos al cuello.
#24.- El traje blanco impoluto del buen samaritano enrojándose; en la distancia, los alaridos de la emboscada; y yo, añorándola.
#25.- Debió de huirme el alma hacia adelante pues después de perder el conocimiento no recuerdo nada hasta despertar en un hospital.
#26.- En el silencio absoluto, embriagado de asepsia, el vaho caliente de una voz familiar en el oido, volcando incoherencias.
#27FIN.- Mi esposa, mi afligida esposa, lograba, con uno de esos susurros, rematar mi mente: "Alguien no terminó bien su trabajo".
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jueves, 2 de enero de 2014
Drama Trama
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