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jueves, 18 de julio de 2013

Tu muñeca

   Acomodé todo mi peso en mi glúteo derecho mientras me asomaba por la ventanilla para vomitar parte del almuerzo repugnante de la hamburguesería de carretera. El aire fresco de aquellos instantes era el único atisbo de libertad que me permitía mi acompañante mientras era vigilada férreamente por sus ojos de culo de botella, a la vez que los entornaba para mirar la carretera que tenía delante.
   Me limpié la última salivilla con la manga y su mano derecha tiró del cinturón, donde me tenía agarrada, como apoyando solidariamente el trabajo que ya hacía la cadena con la que estrangulaba mi cintura.
   No hablábamos, pues su chirriante voz ya me había amenazado suficientes veces, y especulaba, de vez en cuando, en voz alta, sobre los kilómetros que faltaban para llegar a nuestro destino.
   Lo que me esperaba allí estaba reservado a su depravada imaginación, pues cuando, dos días y medio antes, me despertó en la cabina del convoy, para amenazarme con no volver a ver más a mi madre, de la que me había separado con argucias de charlatán embaucador antes de apagar su conocimiento y sentido, me relató que nos dirigíamos a un paraíso de quietud, donde él podría obrar a su antojo y yo gritar con incontinencia.
   Desde su primera amenaza, yo no abrí la boca, por lo que me resultaba fascinante que, en su soliloquio, se refiriera a mi voz como propia de un ángel, cuando, creía yo, no había tenido tiempo de escucharla.
   Su interés sexual por mí no se hizo patente hasta que cayó la noche del tercer día de carretera, pues, el muy bellaco, había aprovechado mi extremo cansancio para repostar combustible y para levantarme la falda en la oscuridad de la noche. Sus sucios dedos acariciando el cinturón de mi vestido y posándose en mi piel tersa y seca.
   El hambre me despertaba de sus excursiones táctiles, pues el estómago se quejaba, y él, miope imberbe, me partía, contra la guantera, unas cuantas nueces, que yo tragaba presurosa ante su jolgorio insultante.
   Me aguantaba las ganas de orinar todo lo que podía, pues no quería que sus imaginaciones calenturientas se hicieran realidad antes de tiempo, por lo que el remedio era peor que la enfermedad, ya que se me acumulaban todas las indisposiciones posibles y el olor, que a él no parecía importar, era ya nauseabundo.
   Su remedio, ante todo aquello, fue previsible. Por la mañana del cuarto día llegamos a su refugio, y nada más desencadenarme y bajarme a trompicones, embebió en gasoil los asientos y prendió fuego al que nos había llevado hasta allí.
   Mientras mirábamos como ardía la cabina, nos íbamos alejando hacia un pequeño estanque, donde, para mi sorpresa, me obligó a bañarme y, según sus palabras, así librarme de todo el bochorno que debía tener en mi conciencia.
   No adiviné, tras aquellos vidrios verdes y sucios, la expresión de sus ojos al verme desnuda, pero que no se moviera un ápice mientras me contemplaba me dio pistas de su naturaleza.
   Cuando terminé de ensuciar el agua de la orilla, le miré, sólo le miré, y a mi mirada inocente y quejumbrosa, respondió con un tirón salvaje de la cadena, tan inesperado que casi me quebró el espinazo. No le di el gusto de gritar, pero sí de llorar en silencio.
   Desnuda, pasé al lado del calor del incendio, pues el camión no había explotado, imagino que para no atraer oídos lejanos impertinentes. Él andaba, dándome la espalda, unos siete pasos por delante de mí, llegando al porche de la cabaña y empujando suavemente la puerta hacia dentro.
   Me esperó bajo el umbral de la entrada, recorriendo mi cuerpo con la mirada, y alcanzándome, con la mano libre, una toalla gigantesca con la que envolví mis temblores tiritantes.
   Una vez en el recibidor quedé impactada por lo que me anunciaban sus amarillos dientes irregulares como su bienvenida al hogar, a su dulce, a nuestro dulce hogar.
   Han pasado tres años y soy medio feliz junto a él. Me equivoqué en sus pretensiones, pues jamás ha tocado otra piel que no pertenezca a alguna zona inocente de mi cuerpo y jamás me ha forzado a hacer nada que yo no quiera y que no se pueda hacer dentro de los límites de este extraño enclaustramiento, y jamás me ha hecho llorar salvo de soledad, cuando me abandona para buscar alimento o sostén económico para mantener este paraíso privado.
   Me permite escribir esto, y me hace dudar de si me robó a  mi madre, viuda en aquel tiempo, o fue ella la que me dejó ir.
   Cada vez me repele menos pues, aunque no cuida su aspecto, se separa de mí cuando huele a cerveza o a sudor de huerto.
   Tengo ya quince años y sigo siendo virginal y pura, excepto en mis pensamientos, cuando a veces me clama el espíritu de venganza. Pero, pienso, no tengo aún fuerza física para matarle y huir.
   Dejaré que me alimente con sus mimos y sufriré, silenciosa, mi soledad, y saciaré su felicidad, la que fue a buscar aquella mañana de otoño, ya lejana, cuando se acercó al centro comercial para conseguir una muñeca, que ahora agradece, en sus rezos nocturnos, a Dios.
   Yo también agradeceré a Dios el día en que pueda romper en mil pedazos el tarro en que guarda mi lengua en formol, porque, por lo menos, esa parte de mi cuerpo será libre, y aunque no pueda recuperar las palabras que nunca he podido decirle, gritaré mi alegría por el recuerdo que tengo de una vida lejos de estos prados, del estanque maravilloso, de esta casa de ensueño.


sábado, 25 de mayo de 2013

Mis archimaldiciones

Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los opresores del mundo.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los privilegiados que han conseguido sus privilegios a costa de otros.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que no permiten ni la igualdad ni la justicia ni la libertad.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que creen que tienen derecho a todo pisando los derechos de los demás.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que no tienen ni dignidad ni respeto ni conciencia ni consciencia.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que no aman la belleza de este mundo y hacen todo lo posible por destruirla.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que no respetan la vida de las otras especies.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que  se escudan en tradiciones estúpidas para comportarse como estúpidos energúmenos.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que creen que pueden apagar la luz interior de los que la tienen.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que no se dejan amar.
Mis archimaldiciones más profundas e hirientes a los que no aman.
Mis archimaldiciones...

jueves, 28 de marzo de 2013

Un foco de luz


   ... Luz. Luz interior que se hace reversible y se muestra exterior.
   Si pienso en que tú tienes ganas de aprender, yo, un foco de luz, me proyectaré hacia ti.
   Imagínate mil personas vagando sin rumbo en una ciudad en la que les es todo dado. Nadie se compromete a doblar el espinazo por conseguir algo más. La comodidad es absoluta. Y los cómodos hacen escuela. Pero de entre ellos sale un hombre que se pregunta si debe de doler el rechazar lo fácilmente conseguido. Si debe de hacer sufrir el buscar la incomodidad de pensar por uno mismo y no seguir como borrego a los demás del rebaño. ¡Qué estúpido!
   “No estoy contento conmigo mismo. Todos seguimos pautas marcadas de antemano por unos pocos que deciden qué tiene que ser y qué no tiene que ser. Yo no estoy de acuerdo con no decidir por mí mismo mis propias pautas.”
   ¡Qué pobre desgraciado! Tiene de todo y no está conforme. ¿Por qué pensar? ¿Para qué pensar?
   “¿Y si existe algo más? Trabajar, comer, dormir, andar, hablar, reír, llorar, comprar, conocer, aceptar. ¿Y si existe algo más?”
   Seguro que no. Los sabios ya decidieron lo que es mejor para todos.
   Pero decidieron, ¿para quién?
   Para ellos mismos. Demasiados sabios egoístas.
   No te preguntes qué ocurre con los descarriados que aparecen de vez en cuando. Seré ingenuo pero quizás ellos sean los que van encontrando la Verdad.
   Tengo claro que viviré mil años, mil veces mil años, mil veces mil veces de años, y no conoceré esa Verdad, pero si no doy el primer paso…
   ¿Me engaño? ¿Te engaño?
   Sigue feliz siendo orientado en todo.
   ¿No me envidias?

domingo, 10 de marzo de 2013

La Acción frente a la Reacción


A poco que analicemos algunos de los conceptos de ciertas filosofías antiguas, por casi todos leídos alguna vez, sobresale, en forma clara y sencilla, el concepto de guardar silencio.

La tendencia general del ser humano al interpretar el concepto, debido a los arquetipos educativos impuestos desde niño, de los que tanto se habla en el tiempo presente, (sirva como ejemplo el "chisss-calla") es, justamente, tomarlo para sí como una reprimenda por una acción que ha resultado molesta para ese ser superior (entiéndase exclusivamente que está por encima) y que en ese momento chista. Por ello se nos hace creer, desde pequeños, que la palabra, en cualquiera de sus expresiones, permanece verdaderamente por encima del silencio, al tratarse de una acción adquirida por la misma evolución del individuo.
Entonces deberá callar el ignorante hasta igualar en sabiduría a su tutor. Pero esto, claramente, no lo convierte en sabio.
Sin abandonar el mencionado arquetipo educativo, pensemos ahora en la acción de señalar.
Tan asociada al individuo en sus primeros pasos de vida, ésta va cambiando conforme crece para formar la asociación, en la mente del individuo, de estar realizando una acción fea, mal vista por el resto de la sociedad.

Juntemos las dos acciones en una e imaginemos al individuo callado y señalando. La acción en sí parece inteligente.
Pensemos ahora en un grupo de individuos que realizan esta acción al unísono: Esta vez, además de inteligente, demuestra unión y, por tanto, fuerza.

Es aquí donde pretendo llegar.

Intuyo que sería una verdadera acción frente al mezquino comportamiento de nuestros gobernantes, que no hacen sino re-accionar al ruido provocado en forma inconsciente por interacción de la palabra, permanecer en silencio y señalando con el dedo a estos gobernantes que reaccionan ante la exaltación de sus ciudadanos con el bucle de la mentira, a través del uso de la palabra.
Dicha apología sería rápidamente desarmada con la acción de guardar absoluto silencio y señalar con el dedo. A esto lo llamaré silencio consciente.

Yo creo firmemente que esta acción, efectuada en sincronismo por un grupo grande de ciudadanos durante un tiempo corto, pongamos un minuto cada día frente a nuestras sedes de gobierno, puede verdaderamente parar en seco su viciosa re-acción, removiendo en mejor forma su conciencia y activando así el nuevo giro que demanda el conjunto de los individuos. 

Sociedad inteligente.
   
                                   (Autor: Hippocampus)



sábado, 26 de enero de 2013

¿Para?



Tercos sinsabores de los nuevos tiempos.
Espantadores de moscas invisibles.
Restituidores de las masacres infames.
Cansinos aduladores de los impresentables.
Gimiendo al unísono por falta de aire.
¿Pa' qué? ¿Pa' qué?

Saltando jerarquías de mando inasumibles.
Bordeando precipicios carentes de fondo.
Vistiendo santos ya vestidos.
Vallando una propiedad que es de todos.
Vigilando las lenguas vivaces pero sin músculo.
¿Pa' qué? ¿Pa' qué?

Batallando en una guerra sin enemigo respetable.
Horadando en los cerebros ya petrificados.
Jamaseando la verdad incógnita.
Liberando el excremento del espíritu enfermo.
Allanando las cumbres inalcanzables.
Y todo, ¿pa' qué? ¿pa' qué? ¿pa' quién?

(Improvisado y publicado en Twitter el 25 de enero de 2013)

sábado, 5 de enero de 2013

Excepto yo

¡Atención! ¡Atención! Ha llegado el momento. Nuestro superior dirá la última palabra, la que debe escucharse.
Y él se negó. Y él luchó. Y él murió. Y nadie le recuerda, excepto yo, la Libertad.
No hay más remedio. Él es el único. Es la verdad.
Y él se negó. Y él luchó. Y él murió. Y ya nadie le recuerda, excepto yo, la Libertad.
Obedeced. Es nuestro bien. Es la solución a todos los problemas.
¡Mentira! Porque él se negó, y luchó y con él murió la humanidad. Ya no queda nadie para recordarlo, excepto yo, la Razón.