El césped crecía
incontrolado. Y por mucho que lo cercenara la máquina, se imponía la rebeldía
de la naturaleza, y resurgía impaciente con las puntas de las hojas queriendo
alcanzar el cielo.
Y las botas de
los jugadores se ralentizaban.
Y el presidente
del club se preguntaba a quién se le había ocurrido la brillante idea de
plantar en su campo aquella variedad.
Porque se temía,
con razón, que tampoco en esta temporada pudieran utilizar aquel humilde
estadio de fútbol.
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