Había rasurado y
depilado todo su cuerpo, aceitándolo bien para evitar el mínimo roce con el
aire cuando, desde aquella altura, se lanzara al vacío y entrara como una punta
de alfiler en el agua de la piscina.
Aerodinámico en
extremo, olvidó, sin embargo, bajar sus párpados, pues las miradas, allá abajo,
atravesaban raudas su sentido del ridículo. Y la de aquella niñita, entre el
público más lejano, le recordó que estaba a punto de coronar tantos años de
sacrificio, de entrenamiento disciplinado, y que, por conseguirlo, había
olvidado tener una vida propia.
Y ya en el aire,
tras el primer tirabuzón, notó cómo se le escapaban lágrimas que irían a unirse
con el líquido azul que lo esperaba.
Segundos
después, los aplausos y la fama.
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