Tantos
años de lascivia le llevaron a la deshonra. La familiar, la profesional. Nadie esperaba
que se culpara por ello.
Había
sido extremadamente feliz, y ahora, olvidado por sus amantes, mendigaba cariño
en los asilos de ancianos, donde nadie le reconocía, donde nadie le criticaba,
donde nadie le juzgaba, hasta que, ya cerca de la muerte, en la penumbra de la
pena, se espantó por su aspecto, pues no discernía si era un ángel o un demonio
el que le acompañaría a cruzar el umbral al más allá.
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