La Joya de la
Corona seguía a buen recaudo. Nadie lograría, jamás, hacerse con ella.
Seguiría, por los siglos de los siglos, la exclusividad intacta para nuestros
queridos Reyes, los Invisibles, cuyas órdenes aceptamos con sumo placer, nosotros,
sus Súbditos Visibles.
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