Allí, en el altiplano boliviano, a 4000
metros de altitud sobre el nivel del mar, el azul del cielo es irrepetible. El
contraste con el verde de las montañas, insuperable. Y el enigma de los grises
de Puma Punku, que así ha sido, es y será, eterno.
Eterno, mientras ninguno de los gobiernos
bolivianos auspicie excavaciones que liberen al exterior el 66 por ciento de
las ruinas que aún siguen desconocidas para nuestra civilización.
Los bloques andesíticos visibles están
desparramados por toda la zona, a 980 metros del llamado Palacio de
Calassassaya, en el asentamiento de Tiahuanaco, ordenados en grupos los pocos
que se pueden mover, e imperturbables los grandes bloques que superan el
centenar de toneladas.
La Arqueología oficial supone, pues, que los
restos pertenecían a una gran pirámide-templo levantada, según algunos, 15000
años antes de Cristo. Imaginar no cuesta dinero y eso es lo que se ha hecho
hasta ahora.
Y el asombro apoya la leyenda.
El que causan los posibles métodos de transporte
de las rocas más grandes: En barcas o balsas de totora desde no se sabe qué
canteras, pues las moles no provienen de las montañas circundantes. Según
otros, el transporte sólo se invertía en traer la materia prima en pequeñas
cantidades y luego ésta se amasaba con fluidos milagrosos conocidos únicamente
por los técnicos-sacerdotes, moldeando las formas que más tarde se unirían,
para la construcción, con un pegamento especial desconocido en la actualidad, o
con grapas de cobre arsenical, que sí han sido extraídas en las últimas
excavaciones, y de las que quedan huellas perennes en algunas piezas de este
gigantesco rompecabezas.
Y el estupor que producen las anomalías
magnéticas localizadas en un mismo bloque cuando el N de una inocente brújula
se deja desorientar con el desplazamiento centimétrico encima del mismo. Y los
canales de drenaje con los que eran capaces de transportar agua desde una
distancia de 10 kilómetros.
La miseria y el desconocimiento de los
actuales habitantes de la zona, donde se halla el pueblo de Tiahuanaco, han
hecho rapiña en Puma Punku para levantar viviendas y otros edificios del
presente con lo sagrado del pasado, y es seguro que la información que osan
tener los pretendidos sabios contemporáneos esté perdida en los cimientos de
otros lugares sagrados de espíritu diametralmente opuesto al de los moradores
del Tiahuanaco Antiguo.
Fueran quienes fuesen los ideadores de la
enésima maravilla de aquel mundo, los incas debieron de presenciarla en mejor
estado y quisieron imitarlos no pudiendo superar, ni siquiera igualar, su
perfección, y puede que le dieran el nombre con el que hoy se conoce, la
“Puerta del Puma”, porque quisieran hacer homenaje a uno de los símbolos
divinos, el felino solar, pues creían que Tiahuanaco, donde estaba integrada,
era la cuna de los orígenes de la especie humana, y que el dios sol,
simbolizado por el oro de cada una de las puertas del gran templo piramidal,
presenciaba a través de la puma punku el discurrir de su creación.
Hoy la base de esa admiración explota en
múltiples conjeturas de un pasado que quizás fue, y del que quizás nunca se
sabrá por qué fue y por qué dejó de ser. No mientras el puma no pueda saltar
hacia el cielo infinito del conocimiento por hallarse enjaulado por la falta de
interés y recursos, y por toneladas de tierra roja donde no crece más que la
vegetación “puna” de los Andes.
Tiahuanaco, 27 marzo 1994
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