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sábado, 10 de noviembre de 2012

Otra, otra vez

   Otra vez buscas intuiciones que no tienes. Otra vez declaras hechos que no se han producido. Otra vez acusas la falta de riesgo de lo demás en los demás. Y siempre al vaivén de las expectativas de los que ejercen su poder sobre ti, corriendo riesgos innecesarios. Acusando el desorden de no tener cubiertas las espaldas, de no saber mantenerte en el candelero. Arriesgando los fallos intransigentes de los que dependen de ti, de los que están debajo de ti. Asumiendo que no mereces sus desgracias, que no te importan sus iniquidades. Y luchas por tener un espacio en el que expandir tu mirada, el el que darle nuevos bríos a tu alma, en el mundo ese del que siempre hablas, el mundo estéril.
   Porque no tienes ilusiones, porque no sabes dar rumbo a tu vida, porque aceptas los devaneos del destino y no tomas las riendas. Dejas que los otros opinen por ti, que decidan cómo engarzar los eslabones de la cadena de acontecimientos que encauzan tu existencia. Y para los que te rodean y no dependen de ti eres una sombra que pasa, que no tiene peso en sus vidas, que no mueve las máquinas de sus destinos. Pero para los que son de tu sangre, de tu estirpe, los diriges al abismo de la incertidumbre del éxito o del fracaso. Y no sólo son ellos lo que anuncian un nuevo día. Están los miserables, están los desamparados, están los crueles, los viciosos y corruptos, los catapultados a la vaciedad. Los sin alma, los sin vida, los sin nada.
   Hay pocas razones para seguir luchando. Lo mejor es que puedes mirar hacia otro lado sin tener remordimientos por ser todo lo egoísta que te permita el instinto depredador, el canalla que llevas dentro.
   Transigente con ese tipo de pecados, magnánimo con esa suerte de debilidades, preciso en discernir la línea divisoria entre lo malo y lo peor. Sin crítica que sólo envilece las cicatrices, que sólo dulcifican tus arrebatos, los existencialistas.
  Otra vez, otra vez caerás. Otra vez caerás por el acantilando sin fondo y te golpearás contra las olas embravecidas de tu alma, preguntándote, aún así, si tú la tienes. Porque otra vez, otra vez, vuelves a no creer en nada. 
   En nada.

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