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lunes, 21 de abril de 2014

Rédito

   El director del banco me quiso acompañar personalmente a la salida, después de que uno de sus subalternos se negara a atenderme cuando solicité cerrar mi cuenta y que me devolvieran todos mis ahorros.
   Siempre acababa igual. Me iba cabizbaja después de que me aconsejara que lo pensara bien, que lo consultara con la almohada.
   Y siempre acababa aguantando su mirada de superioridad, cuando era él el que, supuestamente, estaba trabajando para mí y para mi dinero.
   Y otra vez volvió a hacerlo. Se rió en mi cara sin cortarse un pelo, esperando que algo dentro de mí despertara, que la sangre me hirviera y explotara en una reacción en cadena.
   Y acercando su rostro a mi cabello susurró, para que nadie más escuchara:

   -Hazme una transferencia de tu corazón y te beneficiarás con los intereses de mi cuenta amorosa.



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