Juana tenía un arma de doble filo con la que
doblegar a sus pretendientes masculinos: Su escritura compulsiva y su lectura
fagocitadora.
Con la primera seleccionaba, al instante, al
candidato a formar parte de su vida, cribando, con su vehemencia, la larga
lista de hombres que intentaban embaucarla con sus logros profesionales y
económicos.
Nada más citarse con su macho, que elegía película
y restaurante, le extendía, a modo de presentación, su cuaderno de relatos. Si
aquel ponía caras extrañas o cualquier reparo para ni siquiera abrirlo, se
despedía con un beso en la mejilla y lo dejaba, nunca mejor dicho, con la palabra
en la boca. Si, por el contrario, se veía entusiasmado y encantado de tener el
privilegio de leerla, pasaba la noche con él y prometía más citas.
Con la segunda, ponía a prueba el amor, pues
en cuanto se fraguaba la convivencia, se espaciaban las salidas, se ralentizaban
los divertimentos y, en las horas domiciliarias en común, se intercambiaban los
supuestos roles tradicionales y machistas, haciéndose él cargo de la casa, y ella,
odiadora sempiterna del televisor, se atragantaba con las miles de palabras que
poblaban su amada biblioteca, humilde paraíso donde, sentada, pasaba hora tras
hora hasta el encuentro físico necesario para mantener la relación.
Por eso, Juana seguía con la cabeza bien
compuesta pero sin un novio que la aguantara como para llevarla al altar.
Pero Juana se contentaba ella misma,
autoconvenciéndose cuando le preguntaban por su soltería, con que tenía cientos
de amores, tantos como ejemplares de papel, que la esperaban, extasiados, en
sus estanterías, rebosantes de historias con las que le harían eternamente el
amor.
(Relato presentado al I Concurso de Micro Relatos del Ayuntamiento de Arroyo de la Encomienda "Las mujeres leen mucho")
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