Me he sacudido la escarcha de encima mientras mirabas por
la ventana cómo empujaban mis dedos el pulsador del timbre. Y cuando éste ha
sonado, te has precipitado escaleras abajo con el corazón desbocado y la cabeza
arremolinada con ideas inconclusas sobre cuáles serán mis palabras al verte
frente a mí contemplando la irradiación de tu belleza, tornando en espléndido
el día vivido y por vivir.
Te ha dado
tiempo a quitarte los rulos que deformaban tu flequillo y a desembarazarte de
la bata de felpa que ocultaba tus exuberantes curvas.
Y cuando has
entreabierto la puerta de tu casa y la de tu corazón, me has ofrecido tu más
dulce sonrisa cuando, entrecortando mi normal fluidez comunicativa, te he
dicho:
-Buenas tardes,
señorita. Siento la tardanza, pero con este tiempo tan loco, la gente no sabe
conducir. Pero no se preocupe. La pizza que usted pidió… seguirá bien calentita.
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