Respetuoso con mi propia palabra, hago fe, y osadía, al dar cabida en mi humilde blog de talentos nuevos y escondidos, por largo tiempo, por sus dueños. En su momento, en una de mis entradas anteriores, me dije a mí mismo que iba a difundir la palabra del biendicho y del mejor expresado.
Alguno de mis respetados y respetuosos amigos literarios tomaron nota de ese afán, y han principiado por lo más difícil: Dar el primer paso para mostrar su arte.
Hippocampus esgrime con facilidad la sugerencia de su nombre, ejercitando su materia gris y dejándola que se funda con la nuestra. Hasta que se atreva a tener su propio blog y nos alarme con sus pertinencias literarias, me hace el honor de dar cabida, por segunda vez, de su mundo en este espacio de tiempo, en este tiempo de espacio...
Un enfermizo y abominable conjuro
ocurrió en un tiempo sin memoria. Ocho letras para atrapar otras ocho fueron
engendradas desde lo más profundo del inframundo y así fue consumado el
diabólico plan.
Miserables entidades oscuras, maestros cabalistas y sacerdotes de ciencias herméticas, creyeron durante largo
tiempo tener los cabos atados. Amarras forjadas con metales nobles, por
alquimistas que les vendieron su forja y por engaño, también su alma.
Diseñaron los ingenieros de la
hermética su proyecto, calcularon meticulosos los cabalistas y le otorgaron
número y fueron los oscuros a completar su engaño prometiendo diversión a uno
de los Logos, que por diversión aceptó el juego. Pero no por tonto era Logos, y
se guardó una carta.
Y aconteció el principio del fin.
Sembraron los acólitos de las
entidades oscuras su palabra de ocho letras por el mundo, la avaricia.
Utilizaron el oro y la plata como instrumento, y el número 11 fue su sello.
Consiguieron así atrapar al
espíritu del hombre mediante el uso de la magia. Aprisionándolo bajo dos
gruesos barrotes de oro y cubriéndolo con el podrido hedor de su detestable
palabra.
Durante los años que sobrevino el
engaño perduraron en existencia sus creadores, que así pudieron experimentar la
longeva sensación de eternidad física de sus almas a costa de la ingenuidad de
las almas vecinas, ignorantes del juego pactado.
Y aconteció el fin del principio.
Como el agua que se filtra con el
paso del tiempo, la verdad se abrió camino entre los hombres y el engaño fue
nombrado y sus símbolos descubiertos.
Despojaron con fuerza la camisa
opresora y la “S” de su Spiritus se hizo visible. Torcieron con arrojo y
fraternidad los barrotes de kriptonita que cayeron así enroscados sobre los
oscuros y mil veces el mismo tiempo necesitaron estos para entender que la
carta del final del juego se hizo frase de ocho letras:
SOY LIBRE
(Autor: Hippocampus)
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