Una y otra vez, pulsando el botón de cambio de canal, sin
dejar quieto el dedo, sin tener tiempo a fijar la mirada en ningún fotograma de
ninguna de las películas que emitían en su momento, sin llegar a escuchar las risas
enlatadas de ninguna de las series programadas en ese momento, en ese momento
cuando el momento no existía porque no daba oportunidad para ello. Hasta que pulsó el botón con más significado,
el del apagado. Y de vuelta a pulsar el cambio de programa, en ninguna emisión,
en la nada. Y fija su mirada en la pantalla en negro se preguntó qué diferencia
había: Ninguna.
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