En la ducha,
mientras las hirvientes gotas laceraban su incipiente calva, daba vueltas y más
vueltas a la estrategia a seguir.
Cómo utilizar
las palabras exactas. Colocando las pausas en el momento adecuado. Realizando
malabarismos gestuales para transmitir la petición subliminal de misericordia.
Ya llevaba un
buen rato en el cuarto de baño, que se había convertido en una sauna, y pensaba
que debería ir acabando pues el enemigo, que le estaba esperando, sospecharía.
De todas formas, no había logrado relajarse y eso, quizás, le delataría.
Pulsó el mando
del grifo, y suspiró.
Alargando la mano,
en medio del vaho, alcanzó la toalla y se enfundó en ella. Volvió a suspirar.
Pensó que la
suerte estaba echada. Lo que tuviera que ser, que fuera. Y fuera lo que fuera,
lo que fue lo había disfrutado.
Salió del plato
y se aseguró de no resbalar con los primeros pasos dentro de las chanclas.
Sonrió por la dichosa Ley de Murphy, imaginando librarse del inminente
enfrentamiento gracias a una proverbial rotura de cuello.
Con la mano hizo
un movimiento de limpiaparabrisas para descubrir su imagen enrojecida, en piel
y ojos.
Se guiñó el ojo
derecho y escupió en el lavabo. Una masa verde proveniente de su garganta más
profunda.
Y giró el
picaporte.
-¡Hola, querida!
Y una hora de
ducha tirada por el sumidero. Literalmente.
-Sé que te vas a
enfadar pero tengo que decirte que… te engaño con tu hermana.
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