Era fundamental
que memorizara todos los detalles de la huida pues no podía dejar ninguna pista
material de sus planes. No quería cometer el error de su vecina, la que había
creído que a los nuevos moradores de la casa no les importaría su presencia en la
esquina blanca, al otro extremo de lo que se suponía iba a ser el dormitorio de
matrimonio.
Esa vez ella
había sido pasada por alto, pero aprovecharía la noche para trasladarse al
exterior, aprovechando que abrirían las ventanas para vencer el calor reinante.
Antes de que
volvieran a la carga a la mañana siguiente con alguna escoba o plumero que,
seguro, quebraría alguna de sus frágiles patas, alguna de sus ocho largas
patas.
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